p e r f i l e s d e c i u d a d

jueves, 16 de noviembre de 2017

Mi perro y yo

Mi perro y yo andamos deprimidos,
tenemos la misma edad
y estamos ya con los típicos achaques
del inevitable recorrido del tiempo.
Casi no salimos de casa,
nuestra idea de pasarlo bien
es comer, descansar y dejarnos llevar
por la placentera desidia y el silencio
de nuestra soledad compartida.
Veo cómo han transcurrido los años por él
desde que vino a mí
siendo un encantador cachorro
y yo aún me sentía joven y activo,
tan ocupado que no había resquicio
para el tedio.
Hemos envejecido juntos.
Lo miro caminar con su paso cansado
y ese leve movimiento de caderas
tan característico de los viejos.
No sé si me da más pena de él
que de mí,
pero vaya par de desgraciados
que estamos hechos.
Aunque el pobre está en desventaja,
yo tuve mis escarceos, por así decirlo,
amorosos y una vida más o menos
satisfactoria
en cuanto a placeres frívolos,
mientras que, en su caso,
ni tuvo ocasión de ser rebelde ni aventurero
y lo peor, nunca llegó a catar hembra.
Para cuando pudo hacerlo, no atinó
demasiado
y fracasó en el intento.
Quizá sea eso una ventaja,
no sabemos, pues suelen decir
que quién no gozó de un plato,
no pudo echarlo de menos.
Aunque, en honor a la verdad,
y para eso también hay razones,
al menos en el caso del ser humano,
que sepamos,
la capacidad de revivir ciertos acontecimientos
te da la posibilidad para volver a sentir
aquello que ocurrido en el pasado.
Cuando se hizo un buen recuerdo,
al regresar a la conciencia,
a pesar de no ser lo mismo
vivirlo que rememorarlo,
nos consuela y gratifica un poco,
compensando
la situación presente de ausencia
del objeto perdido,
con el placer imaginado.
En contrapartida, sin embargo,
él vive más tranquilo, espero,
de miedos y remordimientos,
sin desengaño de un mundo,
que al fin y al cabo no tuvo que sufrirlo,
y aunque, en realidad, no le fue necesario,
tal vez le restó de una felicidad posible;
así como de eso, que tanto obsesiona al hombre,
el hecho de sentirse realizado
con respecto a sus naturales impulsos
y en relación comparativa a sus semejantes.
Míralo ahí, tendido al sol
con sus pensamientos perrunos,
en cambio, aquí, al cobijo de mi hogar,
me hallo entretenido en absurdas reflexiones,
buscando algo
con lo que llenar mi espacio vacuo.
Puede que su ánimo decaído
sea puro contagio de mi desgana y hartazgo,
y mi desencanto por todo.
Porque él se basta con mis gestos cariñosos
y un plato de comida diario.
A estas alturas no creo que le interese
mucho el sexo,
ya no lo veo desesperado pegado
a la pierna de cualquier amigo,
enfrascado con entusiasmo en su simulacro.
Yo protesto y reniego, en cambio,
del panorama que tengo
y de estas circunstancias que ya no prometen
ningún futuro triunfal.
Pero la principal diferencia
entre mi perro y yo,
y deseo no equivocarme
por compasión hacia mi fiel amigo,
sea esta la tristeza endémica
que los seres humanos padecemos.
Al final acabamos sufriendo,
más tarde o más temprano,
ante la clara certidumbre
de nuestro existir finito.

No hay comentarios:

Publicar un comentario