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sábado, 18 de noviembre de 2017

Suplantación de personalidad



Me harté de mujer y de hijos, pero no quería romper, más por comodidad que por convencionalismo, por aquello de dejar siempre la puerta abierta a un refugio seguro, ya sabes, a falta de oportunidades mejores, encontrar el cobijo en los brazos de los tuyos, sobre todo, cuando a uno ya no lo quiere nadie. Además, esperaba que mi esposa, que es una mujer tradicional, me tendría a cuerpo de rey, comida y cuidados no me faltarían y me serviría para algún apaño que otro. Tal vez penséis que soy un cínico de cuidado, pero con estos principios me lancé a la aventura y puse tierra de por medio. Mantenía con mi familia un carteo de vez en cuando.
Un día perdí mi carnet de identidad, tramité la correspondiente denuncia y me olvidé del tema. Por aquel entonces andaba con otros asuntos, ilusionado con nuevas conquistas. preocupado de mi propio goce. Me olvidé más de la cuenta de mi familia y fui alargando los contactos. Mientras tanto, algo ajeno a mí ocurrió. Esto que sabréis ahora tuvo que pasar mucho tiempo hasta que lograra por fin superarlo.
Soy una persona que tiene cierta mala leche, aunque mi apariencia resulta equívoca. Para la gente no soy hipócrita, ¿es acaso delito transmitir con mi sonrisa y mirada alegre una errónea imagen de mi carácter? Ahora comprendo mejor que pasara lo que sucedió entonces. No perdí mi carnet, me lo robaron. Precisamente no fue ningún extraño, sino un conocido, un colega de estos con los que te corres juergas. Alguna vez le hablé de mis hijos y de mi mujer. Probablemente, en un momento de estos melancólicos tal vez le enseñara alguna foto de ella y el muy cabrón debió encapricharse.
Este mal amigo me dijo que estaba cansado ya de tanto extranjero y regresaba de nuevo a su ciudad. Tras las despedidas, tonto de mí, con mis deseos de buena suerte, le ofrecí la dirección de mi casa para cualquier necesidad, y vaya que sí la tuvo… en los brazos de mi mujer. Guardaba cierto parecido conmigo, por eso, utilizando la mía, adquirió su identidad falsa. Pero no creáis que su interés iba por terrenos económicos, porque encima buscó lo que yo despreciaba.
Un día, con determinación de convertirse en mi yo, con la esperanza de que el tiempo ayudara, con el similar físico que guardaba conmigo y la información que, capullo de mí, tan gratuitamente le entregué de primera mano con mi ebria locuacidad, al parecer, supo más de mí que yo mismo. No sé cómo surgió, no quise entrar en detalles, sólo supe, ya tarde, cómo penetró en mi mundo, robando el colchón de mis futuros planes.
Llegó siendo yo, y mi esposa y mis hijos lo recibieron con los brazos abiertos. Él imaginó, como ya dije, que yo tendría buen carácter por mi aparente aspecto, así que se presentó ante todos mostrándose muy amable. Mi familia, acostumbrada por el contrario a mi temperamento irresponsable e irritado, se lanzó entusiasmada con el cambio y si notaron algo raro, los muy cucos sacaron partido a la ventaja y callaron como perros. Pero bueno, quién soy yo para culparlos de nada cuando fui el primero en no darles el cariño y el trato merecido. Lo que más me duele no es que mis hijos lo aceptaran como padre, en fin, los cuidó mejor que yo nunca lo hiciera, ni por los allegados, total qué les importaba, era el perfecto usurpador y superaba la copia al original defectuoso; donde más daño me hizo, dada mi personalidad machista, ¿cómo no?, fue que a ella, esa mujer que no supe valorar cuando la tuve, la encontré años después más hermosa y más enamorada de aquel suplantador que de lo que estuvo algún día de mí. Quedaba claro que debía tenerla bien satisfecha y el premio de consolación que yo esperaba en mi cuesta abajo fue para él la medalla de oro.

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