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lunes, 25 de diciembre de 2017

Colacao y bizcocho



Un tazón de colacao y un trozo de bizcocho
y todo un día para el amor y su descanso.
En la calle la primavera llenaba las terrazas
y el amable frescor de la tarde
traía olores de la cocina del bar de abajo.
Los naranjos entregados a la efervescencia
de la polinización esparcían fragancias
que inundaban la sangre de vida,
ansias por tomar el mundo entero
de una sola bocanada.
Poco a poco la tarde caía en los brazos de la noche,
y la gente salía con el gozo propio de los supervivientes
alcanzando la orilla.
Las terrazas se llenaban de caos de voces.
Arriba, desde el balcón con la persiana echada
para refrescar la habitación de las horas más tórridas,
yacíamos nosotros en la penumbra iluminada,
las farolas encendidas, la sinfonía de ruidos, los aromas
entrando en avalancha por las finas rendijas,
el bullicio callejero
la vida,
la pletórica vida,
y el olor a sexo
de nuestros cuerpos.
Todo lo necesario teníamos en aquel refugio
sobre un colchón viejo de un piso de estudiante.
Estábamos aislados del mundo en nuestra pequeña burbuja,
pero el mundo, obstinado, inundaba con su energía
el espacio protegido de nuestros placeres.

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