p e r f i l e s d e c i u d a d

lunes, 18 de diciembre de 2017

Ver no es creer



En la noche abro los ojos
y en la oscuridad todo desaparece.
Del mismo modo que no dudo
que todo sigue en su lugar acostumbrado,
donde los dejé antes de caer
en los brazos del sueño,
y calculo con pasos inseguros,
camino al baño, intuyendo sus contornos
–porque la experiencia me demostró
que de nuevo serán devueltos a la vida
cuando la luz los haga otra vez presentes–,
así creo que existe un mundo,
pletórico y vivo, tras nuestra opaca mirada,
sustancias inertes o vivas pululan entre nosotros
sin que las podamos ver,
distintas a las que los ojos tecnológicos
hasta la fecha nos han descubierto.
Ocultos tras nuestra mirada ciega,
convivimos con estos elementos que nos son ajenos.
No se trata de ninguna fe
en un más allá divino y mágico,
sino una palpable evidencia
sujeta a similar efecto físico,
pero no comprobable con nuestros ojos.
Si en un entorno oscuro,
sin contraste de luz y sombra,
sus límites se difuminan, transforman o desaparecen
simplemente ante nuestra vista,
mientras aún permanecen en esa misma realidad,
¿no podría ser que esos espacios
que suponemos vacíos entre los cuerpos
están llenos de otros cuerpos
en los que, aun incidiendo la luz sobre ellos,
sus píxeles, nuestra retina no alcanzan a ver,
ni el cerebro puede llegar a interpretar?
Si la densidad de algunos de estos elementos
fuera mayor que el objeto visible,
éste, al caer por efecto de la gravedad,
no se rompería al estar protegiéndolo como un colchón.
Puede ocurrir también
que esos cuerpos se desplacen
ante la velocidad, volumen o masa del cuerpo caído,
destrozándose en el impacto su compacta estructura.
A veces, sucede algo sorprendente,
y otro quizá, más denso o con propiedades distintas,
se interpone entre ese cuerpo visible
sin llegar a recibir daño alguno
ante nuestro asombro.
Entonces la lógica se impone y decimos
que cayó del lado correcto
en el choque, golpeó sus fibras más flexibles,
desplazando sus partículas internas,
de ese modo las zonas de aire creadas
funcionaron como amortiguadores,
porque, de haber dado en algún punto débil,
no hubiera tenido la misma suerte.
Podremos pensar, también, dándole
un argumento mágico, creer que sucedió un milagro
o tal vez, objetar la confluencia
de unas circunstancias excepcionales.
Pero la razón, acostumbrada a lo medible,
sujeta a una realidad física concreta,
hallará la respuesta en las características,
de las materias confrontadas, sus cualidades
y aspectos físicos del momento y ambiente,
así como elementos propios del medio,
contingentes con el suceso.
Y aquellos componentes singulares,
no susceptibles de control,
pasarían al error previsible
de los hechos azarosos de imprevisible casuística.
Sin embargo, no por no ver no pueda creer
en la supuesta independencia de nuestro mundo visible
con respecto a otro,
que, sumergido en el oscuro deambular
de nuestros sentidos particulares,
habite conjuntamente con nosotros.
Por simple incapacidad de no poderlo apreciar
creyentes de una física hecha a nuestra medida
niegan su existencia, ignorantes,
de este ecosistema global,
con múltiples comunidades paralelas,
elementos que fluctúan a nuestro alrededor
en el que la luz de este sol que llega a nuestro cerebro
no es suficiente para dejarlos ver.
En esta habitación de nuestras existencias
donde desaparece en la negra noche

la sabiduría de posibles nuevos amaneceres
junto a nosotros están y no los vemos
porque no podemos todavía.
En este arduo caminar tendremos que descorrer
una a una las cortinas de esta estancia
para dejar entrar la luz de otros conocimientos
que estarán por venir,
y que otra realidad, también física, pueda aparecer
de entre las tinieblas de esta madrugada.
No ver es saber que, cuando la noche me rodea,
la claridad del día me devolverá el mundo
con la mirada más limpia, ofreciéndolo por entero,
aunque nuestras legañas, aún demasiado densas,
nos impidan reconocerlo.
Poco a poco irán surgiendo de la penumbra
todo lo que ya estaba, desde siempre, en su lugar.

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