En la noche abro los ojos
y en la oscuridad todo
desaparece.
Del mismo modo que no dudo
que todo sigue en su lugar
acostumbrado,
donde los dejé antes de caer
en los brazos del sueño,
y calculo con pasos inseguros,
camino al baño, intuyendo sus
contornos
–porque la experiencia me
demostró
que de nuevo serán devueltos a
la vida
cuando la luz los haga otra
vez presentes–,
así creo que existe un mundo,
pletórico y vivo, tras nuestra
opaca mirada,
sustancias inertes o vivas
pululan entre nosotros
sin que las podamos ver,
distintas a las que los ojos
tecnológicos
hasta la fecha nos han
descubierto.
Ocultos tras nuestra mirada
ciega,
convivimos con estos elementos
que nos son ajenos.
No se trata de ninguna fe
en un más allá divino y mágico,
sino una palpable evidencia
sujeta a similar efecto físico,
pero no comprobable con
nuestros ojos.
Si en un entorno oscuro,
sin contraste de luz y sombra,
sus límites se difuminan,
transforman o desaparecen
simplemente ante nuestra vista,
mientras aún permanecen en esa
misma realidad,
¿no podría ser que esos
espacios
que suponemos vacíos entre los
cuerpos
están llenos de otros cuerpos
en los que, aun incidiendo la
luz sobre ellos,
sus píxeles, nuestra retina no
alcanzan a ver,
ni el cerebro puede llegar a
interpretar?
Si la densidad de algunos de
estos elementos
fuera mayor que el objeto
visible,
éste, al caer por efecto de la
gravedad,
no se rompería al estar
protegiéndolo como un colchón.
Puede ocurrir también
que esos cuerpos se desplacen
ante la velocidad, volumen o
masa del cuerpo caído,
destrozándose en el impacto su
compacta estructura.
A veces, sucede algo
sorprendente,
y otro quizá, más denso o con
propiedades distintas,
se interpone entre ese cuerpo
visible
sin llegar a recibir daño
alguno
ante nuestro asombro.
Entonces la lógica se impone y
decimos
que cayó del lado correcto
en el choque, golpeó sus
fibras más flexibles,
desplazando sus partículas
internas,
de ese modo las zonas de aire
creadas
funcionaron como
amortiguadores,
porque, de haber dado en algún
punto débil,
no hubiera tenido la misma
suerte.
Podremos pensar, también,
dándole
un argumento mágico, creer que
sucedió un milagro
o tal vez, objetar la
confluencia
de unas circunstancias
excepcionales.
Pero la razón, acostumbrada a
lo medible,
sujeta a una realidad física
concreta,
hallará la respuesta en las
características,
de las materias confrontadas,
sus cualidades
y aspectos físicos del momento
y ambiente,
así como elementos propios del
medio,
contingentes con el suceso.
Y aquellos componentes
singulares,
no susceptibles de control,
pasarían al error previsible
de los hechos azarosos de
imprevisible casuística.
Sin embargo, no por no ver no
pueda creer
en la supuesta independencia
de nuestro mundo visible
con respecto a otro,
que, sumergido en el oscuro deambular
de nuestros sentidos
particulares,
habite conjuntamente con
nosotros.
Por simple incapacidad de no
poderlo apreciar
creyentes de una física hecha
a nuestra medida
niegan su existencia,
ignorantes,
de este ecosistema global,
con múltiples comunidades
paralelas,
elementos que fluctúan a
nuestro alrededor
en el que la luz de este sol
que llega a nuestro cerebro
no es suficiente para dejarlos
ver.
En esta habitación de nuestras
existencias
donde desaparece en la negra
noche
la sabiduría de posibles
nuevos amaneceres
junto a nosotros están y no los
vemos
porque no podemos todavía.
En este arduo caminar
tendremos que descorrer
una a una las cortinas de esta
estancia
para dejar entrar la luz de
otros conocimientos
que estarán por venir,
y que otra realidad, también
física, pueda aparecer
de entre las tinieblas de esta
madrugada.
No ver es saber que, cuando la
noche me rodea,
la claridad del día me
devolverá el mundo
con la mirada más limpia,
ofreciéndolo por entero,
aunque nuestras legañas, aún
demasiado densas,
nos impidan reconocerlo.
Poco a poco irán surgiendo de
la penumbra
todo lo que ya estaba, desde
siempre, en su lugar.
No hay comentarios:
Publicar un comentario