Aquellos impúberes
seres que fuimos
se han convertido
materia envejecida
con el paso de los
años
que almacenan en sus
células
la memoria de su
peregrinaje.
El tronco de nuestro
árbol
tiene ya numerosos
anillos,
le salieron ramas,
echaron flores
que se hicieron
frutos.
Hoy miro estos
recuadros de papel
que contienen imágenes
paralizadas
de un tiempo detenido
que ya se fue.
Conservan nuestros
cuerpos de entonces
situados entre atrezos
de un paisaje
que ya no es y, sin
embargo, existe.
Enmarcados para el
recuerdo,
lugares pisados por
primera vez,
exclusivos, únicos;
otros, familiares,
cotidianos ,
muestran momentos
repetidos, habituales.
Todos sobrevivieron al
olvido mortal
y hoy son nuestro
reflejo caduco.
En algunas de ellas,
de fondo aparecen
los objetos acumulados
en las estanterías
que siguen cargando no
sólo polvo,
sino vida, recuerdos,
presentes continuos,
construyendo un relato
de identidad.
Son los rincones
reconocidos, comunes,
el hogar formado con
estos pequeños seres
que han ido creciendo
a nuestro alrededor,
mientras nosotros nos
hacíamos más viejos.
Qué pronto estiraron
sus miembros
transformaron sus
rostros aniñados
en bellos
adolescentes, ariscos, temerosos, joviales,
lanzados a este mundo
atroz que los recibe
con sus garras
abiertas.
Estamos ahí, apretados
en ese mínimo espacio
atrincherados,
custodiados,
preservándolos de los
peligros
con nuestras sonrisas
de fotografía
y la felicidad del
instante,
juntos, iniciando un
camino experimental
tan hermoso, tan
cansado…,
dudosos de hacerlo
bien y siempre creyendo
hacerlo mal.
¿Qué nos queda, amor
mío, de ahora en adelante?
Me dices, ¡tanto!
pero sé que me engañas
para no hacerme sufrir
y yo te dejo que
pienses que me basta tu abrazo
para recuperar aquella
falsa seguridad
que nos hacía creernos
sumergidos en agua,
sin rozamientos,
contenidos entre sus paredes líquidas,
todos sus frentes
amortiguados,
siempre sobre su base,
flotando,
manteniendo los hilos
de una rutina que parecía perenne,
ocupados en el día a
día con sus quehaceres.
Las preocupaciones por
ellos ocultaban las nuestras
y el tiempo se movía
dentro de esa frontera
acogedora y apenas
mudable, y sin embargo
su movimiento era
persistente.
Vivíamos incluso sus
hitos.
Las primeras veces,
los primeros retos, los maravillosos logros,
iban haciendo este
pasado donde ahora se mezclan
emociones tan
contradictorias.
Se ha ido tan rápido
todo. Se irá aún más veloz
el corto trayecto que
queda por venir.
La vida es un bólido
supersónico
que parece que vuela y
dibuja el mapa
del territorio
abandonado,
con colores avivados
por el sol,
dejado a la espalda.
Queda por bajar o
subir
la otra ladera de la
montaña,
cubierta de aridez y
por las sombras de un futuro.
No se ha acabado aquí
la historia,
lo sé,
seguimos caminando y
esa es la máxima
alegría.
Traerán estos
iniciados turistas
las maletas de vuelta
de sus viajes,
con suvenires de
lugares diferentes,
aventurándose en sus
propias experiencias.
Y nosotros, amor mío,
de nuevo dos, como en
los inicios,
habremos levantado una
casa
con sus habitaciones
llenas y ventanas abiertas
a la luz de nuevos
amaneceres.
No es ya la de aquellos
andamios de los comienzos
donde fuimos colocando
tabiques,
haciendo la base de
una estancia aún vacía,
sino el refugio donde
atesoraremos estas riquezas,
creando nuestro cosmos
particular.
Hoy no es un día de
estos prácticos,
irreflexivos,
mecánicos, en los que te levantas
poniendo el pie
derecho y luego el izquierdo,
y has dormido a pierna
suelta,
navegado por los mares
oníricos,
dejándote en puerto
con la ilusión del viajero
que viene cargado de
regalos,
con energías renovadas
y pletórico
de las hazañas
vividas,
más bien pareces venir
de una batalla cruenta,
malherido, desengañado
de todo,
traicionado por el
propio existir.
Hoy es un día de
colores apagados,
brilla todavía mucho
más
el pasado y temes más
que nunca el futuro.
El presente es un
regalo
contaminado de
añoranzas, de insatisfacciones,
se escapó de mis dedos,
pude hacerlo mejor.
Es un pensamiento
constante
de miedos, ay, cuántos
miedos
se acumulan con las
páginas del almanaque,
qué regocijo
inconsciente de la juventud.
Su resplandor engaña
la mirada.
Fácilmente lidiabas
con sus temores.
Tal vez fuera la
equivocada ilusión de perspectiva,
pero ayudaba a
camuflar la muerte.
Qué rápido se fue
todo.
Es pensarlo y un
vómito de lágrimas
acude, desbordando las
cuencas de mis ojos.
Busco tu cuerpo, nos
abrazamos,
y me dices que no pasa
nada,
estarán por venir
cosas maravillosas,
distintas, porque
seremos distintos.
Me reconfortas con lo
que sé
que es mentira, pero
también verdad.
Quién sabe sino el
azar,
que guarda en un cajón
el guión verdadero.
Necesito creer en esa
verdad que aseguras,
incluso sabiendo que
callas tu incertidumbre,
porque tiene todo el
derecho a hacerse victoriosa.
Pero hoy es un día
poco práctico,
nublado por la
nostalgia
con truenos
aterradores.
Triste, nada
espontáneo,
más bien circunspecto.
Me hace pensar en las
ausencias,
en el pronóstico de
una realidad
insalvable.
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