En los campos verdes
de la infancia
margaritas amarillas
resolvían
nuestras quimeras.
Daba la certeza un
confiado azar
y bastaba un sí o un
no
para obtener el fin de
la incógnita.
Alegres y tristes tiempos
de insospechadas soledades.
No todo eran cuentos
de hadas,
mas la felicidad
estaba a corta distancia,
nuestras demandas eran
sencillas
y con poco
satisfechas.
Ignorábamos aún el
capricho
de la existencia
voluble,
creíamos que el
milagro
no era gracia que
concedieran los dioses,
sino la física propia de
la realidad cotidiana.
No es la infancia el
paraíso perdido
del que salieron un
tal Adán y una tal Eva.
Muchos se encuentran
sin dirección ni norte,
en un océano inmenso
sin costa
donde hallar el
refugio
en el abrazo cálido
que los acune
de sus miedos en la
noche.
Sólo tienen el
balanceo agónico
de la balsa de su
desastre.
Niños que esperan
alcanzar la fuerza
para mover montañas,
retirar los muros que
los oprimen
y volar con alas
recias.
Sus manos pequeñas
poco abarcan
más allá del alimento
que se llevan a la
boca.
Es su universo
ficticio el que los salva.
Acostumbrados a las
rígidas reglas
de sus juegos,
apenas entienden de un
mundo ajeno y caótico
que ha convertido su
espera
en antesala del
infierno.
Pocos salvarán la vida
llegando al vergel que
un día imaginaron,
la gran mayoría hará
fuerza de su rabia
o sucumbirá a fuerzas
mayores.
Se hundirán en el lodo
aquellos
que galopaban a lomo
del caballo
de sus piernas,
lucharon contra
dragones y fueron
héroes de sus
fantasías sin límites.
Practicaron el vuelo
con sus brazos
agitándolos como
graciosas aves
que surcaban el cielo
de su sueños,
pero nunca lograron
traspasar
las densas nubes
oscuras,
de aquel firmamento
que los apresaba.
Quisieron cruzar el
tupido telón
de sus desgracias,
con la valentía y
destreza
de la confianza firme
aunque ingenua.
Aspiraban a lo más
alto,
cubiertos de fino
plumón
desearon en sus nidos
hacerse adultos
serenos.
Creyeron superar los
peligros,
imaginaron un mundo
perfecto
detrás de la amenaza
que ocultaba
la promesa de la luz
intensa del sol
siempre radiante a
pesar
de los días nublados,
desde sus miradas
tiernas,
llenas de grandes
esperanzas.
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