Me enredas entre tus lazos de
ladrillo.
Has puesto un sofá para
seducir mi cuerpo,
una cama en el dormitorio que
me recibe
cada noche
y un fuego en la cocina para alimentarme.
Permitiste que te invadieran
mis trastos,
que dejara las cosas mal
recogidas y descuidara
tus entrañas, dejando que el
tiempo
dañara tu estructura.
No es que me ofrecieras mucho,
aunque sería una
desagradecida,
pues menos da una piedra o un
cartón
en el rincón de un cajero
automático.
Me atrapas entre tus paredes.
Ajustamos tanto nuestros
cuerpos,
que apenas podemos bailar
sin temor a romper algo.
Nos hemos acostumbrado
a pasar los días juntas,
sin hablarnos casi,
entretenidas
con la tele o leyendo.
De vez en cuando escuchamos
nuestras voces
como suena la música de fondo.
Me cobijas, aunque soy tu
esclava.
Tú tienes el espíritu
sedentario,
mientras yo quería alzar el
vuelo,
tomando asiento en distintos
lugares.
No es culpa tuya, lo sé,
y mal hago con estos
reproches.
Me abres las ventanas y me
gritas,
anda, lánzate y vuela
o abre la puerta y márchate
de una vez para siempre.
Estas bravuconadas las haces
porque
me conoces,
porque me tienes bien cogida
por brazos y piernas.
Vamos a echar la llave,
guardaremos silencio
y que nadie nos moleste.
No hay comentarios:
Publicar un comentario