No sabéis nada de mí,
podréis inventar mil
historias,
sacar conclusiones,
interpretar mis actos;
con supuestos y
premisas,
desarrollar teorías
sobre mi comportamiento;
argumentar razones que
no darán
en la diana de
vuestros ojos
sin acertar ni por
atisbo.
Vuestra imaginación
abarca
todo el campo de lo
posible,
sin embargo, tras la
deducción,
que creéis clara y
bien definida,
vuestro elaborado
juicio
dejará fuera de sus averiguaciones
la más posible y
verdadera.
El mundo de la
probabilidad es infinito
e infinitos sus
errores.
Me tenéis frente a
vuestro escrutinio,
pero mis gestos no
asienten
a vuestros
interrogantes.
Mi conducta os
confunde
de un extremo a otro,
sin aguja del dial que
la marque,
sólo el impulso
enfermo
de las mundanas
valoraciones.
Al mirarme no me veis,
bajo el disfraz de mis
adornos,
oculto mi desnudo
y me camuflo entre la
gente.
Deseo desaparecer del
escenario,
desarrollar la
representación
confundido entre el
público,
cubrir mi pecado
impuesto,
ese que me obliga a
deambular
por las calles,
con el traje apretado
del miedo.
No aliviará mi secreto
compartirlo
sino que aumentará su
peso.
Algunos llevan la cruz
visible,
se pasean con ella
haciendo penitencia
delante de todos,
aceptando las lágrimas
ajenas,
que tal vez sean
paños calientes para
su alma.
Por ello, deben
conformarse
con ser mirados no de
frente,
sino desde la altura
del privilegiado.
Nací con el extraño
sentir
del orgullo,
que a veces es la
mejor defensa
para no sentirte
vencido por la vida.
Abrir el corazón de
par en par
sería desangrarme,
y la lástima me da
pena.
No busca mi cuerpo
herido
los paliativos
cuidados,
ni el desahogo egoísta
que reclaman mimos y
atenciones,
sólo quiere mirarse en
el espejo
y encontrar el reflejo
digno.
Ese es mi primer y
último propósito.
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