Se ha derramado la tinta
sobre esta página
impoluta.
Volcado el viejo
tintero,
la negra senda cabalga
la hoja en blanco.
Ciega su mirada
traslúcida,
enmudece sus palabras,
profana su desnudez,
extiende su lascivia
con sinuoso movimiento
por el territorio
virgen.
Avanza con sus pasos
sigilosos la alevosa
ameba,
nublando la nívea claridad
como en una noche
tormentosa,
y pierde su inocencia la
virtud.
Entregada esta pura
doncella
a tan devastador
tirano
de malicia ebrio,
sin posible renuncia,
abre su cuerpo frágil,
con estéril coraza.
Sobre ese lienzo
blanco,
sábana manchada de
ultraje,
ha dejado marcada
la huella de su
deshonra.
Inunda sus inmaculados
espacios
el negro celaje
de turbios deseos,
oscurece el
esperanzado horizonte
que dibuja malos
presagios.
Ningún sol volcará sus
rayos
en esta tierra herida
que anunciaba el alba
de una bella promesa
cuando descargó la
tempestad su ira.
La mirada cándida
se teñirá de aciagos augurios,
cubriendo su viscosa
textura
de sombría noche
su recién estrenada
belleza.
Tragada por este pozo
oscuro,
no hay estrellas en su
universo,
sólo demonios con
largos brazos
rodeando su aterido
cuerpo,
invadiendo sus más
recónditos
dominios.
Huyen los placeres
ante
la lanza del tormento.
¿Qué puede sentir
este corazón de
intenso ébano
sino vileza y
desprecio?
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