p e r f i l e s d e c i u d a d

miércoles, 27 de septiembre de 2017

La muerte de la fe




Por la mañana, empapado de la líquida realidad de los sueños,
permanece mi ánimo al capricho de sus encantos.
Al mediodía, cuando el sol contagia los colores con su luz estridente,
envolviendo las cosas con un brillo rabioso,
entonces comienzo a inventar un mundo más amable y ordenado.
De la mina de los posibles, salen, vestidos de limpio, los deseos
y el cielo azul, adornado con nubes blancas y elegantes gaviotas,
dibujan sonrisas y cuentos de hadas.
Nada, en esos momentos, puede ser negado.

Pero en el baño de esas aguas transparentes,
el sol pesado cae de su hilo sobre el horizonte
con la urgencia de cuadrar rápido las cuentas,
cerrar los cotidianos trámites que se iniciaron
al abrir las puertas el mercado del nuevo día.
Y la oscuridad, que obliga a las calles a encender sus farolas,
se introduce, clandestina, entre venas y nervios
hasta alcanzar la zona límbica.
Allí se deja caer con todo el peso de su negrura.
Tras su denso telón se perpetra el parricidio,
el desencanto clava el frío puñal en el corazón de la víctima.
La cándida fe allí mismo se derrumba.
Horrorizados, volvemos el rostro
para negar la mirada a tan cruel ignominia.
Cerrar los ojos solo queremos,
y, entregados al compasivo ensueño,
esperar que el olvido o el engaño
nos hagan creer que todo fue una pesadilla.

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