p e r f i l e s d e c i u d a d

sábado, 31 de marzo de 2018

Lo complejo



Si repito como un mantra
mi deseo,
con fe y confianza,
vendrá a mí presto y obediente,
porque es una simple cuestión
de energía y es sabido
que el universo funciona
como una corriente alterna.
Así que, dirigido al polo correcto,
atraeré la positiva,
como partículas de hierro
al imán,
sin ningún afán o ahínco,
igual que el perro juega
a traer el palo a su dueño.
Pero el deseo no es algo sólido,
claro en sus límites
y de medidas definidas,
su física no tiene fórmula,
no está limpio de impurezas,
fácilmente se contamina
por sustancias aledañas,
cortando el suministro eléctrico
tan pronto como haya un cruce de cables.
Más bien es algo líquido,
deformado según su continente,
con riesgo de desparramarse
si lo llenas demasiado,
o de salpicar si se agita.
A veces se vuelca y derrama,
extendiéndose por el suelo,
perdiendo su consistencia.
Imposible recuperarlo
al completo, una parte
lo embeberá la alfombra,
perdurando su recuerdo
en esa mancha oscura y húmeda,
hasta que el transcurrir de los días
acabe secándola.
Así no puede haber lectura
posible
para aquellos destellos brillantes
que desde el cielo nos observan
y atienden nuestras súplicas
marcando el sendero
que nos conduce sin pérdida
al destino que nos toque.
Un lector invisible
transcribe las huellas de nuestros pasos
dirigiéndonos a la puerta
de salida.
Nuestro deseo es ameba
que se traslada con pseudópodos
y avanza dando señales equívocas
El cosmos, que tal vez
no entienda de mantras y energía,
nos contesta con voz ronca y profunda,
enfadado por el atrevimiento
y, para sacarnos del iluso sueño,
deja caer sobre nuestras cabezas
una jarra de agua fría.


viernes, 30 de marzo de 2018

Cómo llegué aquí



No fue tras un sueño que aparecí entre estas brumas,
ni siquiera un tren que, después de recorrer un trayecto largo,
paró en esta estación
en la que me crucé con miles de pasajeros
que iban y venían,
y descubrí variados y hermosos paisajes.
No, no fue el paso del tiempo que nos transporta
con sus hilos mágicos por días cotidianos
y construye un castillo, un edén o una tumba,
en un rincón de su nutrido punto negro,
donde, en un particular centro, nos sitúa sin dejar ver
más que dos puntos de referencia,
atrás, una nebulosa que deja intuir los objetos,
el camino abandonado con sombras
que ocultan y muestran pinceladas y detalles,
camuflan escenas y nombres
entre esparto y algodón deshilachados,
que enturbian y confunden nuestras acciones
contaminadas de polvo estelar y terrestre.
Al frente, una pantalla traslúcida
en la que intuimos ver unos colores,
algunos elementos, mucha esperanza y mayores miedos.
Cómo llegué hasta aquí y, aunque me quieren,
hacer responsable de este destino alcanzado,
no fui yo quién cogió las herramientas para manejarme,
ni elegí el molde donde introdujeron esa carne blanda,
inmadura, flexible y manejable,
sin grumos que se resistieran a las manos de ningún alfarero.
Cogieron mis pies y brazos, endebles como paja,
pequeños, sumisos y elásticos.
No eligió mi sustancia la temperatura y duración
de la cocción necesaria para darle la postura
y forma a esos miembros,
me inyectaron el alimento de los pensamientos.
Cuando llegué a construir
mis propios aperos de trabajo,
me desenvolví con la mínima destreza
para estos nuevos parajes,
pues venía sin instrucciones de uso
y con desperfectos.
Cuando alcancé la barrera siguiente
con mis pies libres de direcciones impuestas,
tropecé con tantas vallas,
que, sin ser el último de la carrera,
alcanzaba la meta agotado,
y cuando el público
ya se había marchado de las gradas.
Me encuentro en ese centro que el tiempo
me ha reservado a pesar de mis desvíos y preferencias,
ese enorme, oscuro, ignoto energúmeno,
o dócil y tierno, encantador o sólido colega.
No puedo evitar seguir preguntándome
cómo llegué aquí y hacia dónde dirijo mis pasos.

martes, 27 de marzo de 2018

Este edificio



Se desmorona este edificio.
Lo presiento.
Oigo su crujir por las noches.
Aparecen nuevas grietas por las paredes
y el techo se hincha
como una burbuja de aíre
a punto de estallar y caer
sobre mi vulnerable esqueleto.
Se desmorona este edificio
y los andamios no van a evitarlo.
De nada sirvió pintar y poner parches
cotidianos y simples arreglos
ante su destructora inclinación.
Ruge cada noche como el lamento
de una fiera que siente cercana la muerte
y lucha por vivir hasta el último aliento,
impotente, paralizado por el terror,
abocado a su desenlace.
Me arrastra a su obstinada meta.
Soy prisionero en su ruina,
encerrado sin llave,
no puedo salir corriendo.
De nada han servido los remedios
ni mi empeño por engañar una realidad
que parece inevitable,
me llevará consigo en su destrucción
y rodará entre sus escombros
mi cuerpo desmembrado.