Abandono los rincones oscuros
de esta estancia
que persisten en ocultar la
belleza de su entorno.
Invito a entrar a los
lánguidos rayos de luz
que pasean por mi jardín en el
nuevo día,
en espera que estas obstinadas
sombras desaparezcan
del tétrico paisaje de los
malos presentimientos,
y la triste aura de pesadumbre
de la desilusión
salga cabizbaja por las
ventanas abiertas de la casa,
para que entre el sol con su
traje de mañana
y permita a estas pesadas
taciturnas
cobijarse de nuevo al amparo
de la noche.
Pero, advertidas quedan de
levantar zafarrancho
al cantar el gallo
que anuncia la llegada del rey
de la esperanza,
sumisas vuelven a las calles
entre muros y bajo árboles,
donde encuentre el caminante
el consuelo de mi destierro,
haga penitencia con su ofrenda
generosa
por todos sus pecados
cometidos.
Dé respiro, mientras tanto, a
mis negros presagios
para distinguir la realidad de
los bellos colores
que fluye entre los barrotes
de la tristeza.
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