p e r f i l e s d e c i u d a d

sábado, 16 de diciembre de 2017

A un almendro viejo


¿Podrán en este árbol viejo
brotar de nuevo frutos?
¿Recorrerá la clorofila que mudó
con el tiempo en resina ámbar
dar un último hálito de vida?
¿Volverán a sentir sus venas
el latido urgente de la sangre,
aquella pasión inoculada
por rayos generosos de un sol encendido?
Sentir la vida, la intensa vida
de los días retoños, cuando en su púber tronco
el breve tiempo apenas marcó algunos círculos
y lo envolvía una felicidad juguetona y atrevida
de hiedras encaramadas.
Cuando las gotas del rocío acariciaban su piel
con la fuerza del fuego,
reconocía desde su alta copa un paisaje amable,
menos frío y oscuro,
de atardeceres gloriosos.
No esta penumbra instalada en su cielo
que ahora se cubre de nubes tormentosas,
de aullidos de hostiles vientos,
y un eco cada vez más cercano
contamina sus entrañas de una extraña dolencia
de miedos y amenazas continuas, suspendidas en el aire.
En aquellos añorados ayeres bebía de la tierra
el ansia por lo que el mundo prometía,
los colores eran vivos. Hoy no sabe si aún lo son
o es su mirada teñida de bilis negra
que ha hecho costra en aquel tierno tallo.
¡Ay, qué triste páramo se acerca!
¡Qué vacío entre sus ramas!
Apenas unas hojas secas se aferran trémulas
a sus pedúnculos frágiles,
a punto de descender a la nada de su estepa,
al incierto descanso.
¡Ay, qué invierno se intuye
tras este soplo helado que desnuda su alma
provocándole un escalofrío!
¿Brotará de la nieve una brizna
que germine en una nueva primavera?
¿Sonarán en su desierta copa con la brisa tardía
aquellos añorados acordes,
que aún canten aves al abrigo de su nido?
¿Volverán a elegir su abrigo otras aves?
¡Ay, cruel vida, que siempre espera!

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