El ocio es necesario para la
imaginación,
para soñar y oír nuestros
pensamientos,
crear mundos diferentes
sin las cadenas de la
servidumbre.
Pero si el tiempo se reparte
en los obligados hábitos
sin permitirnos respiro,
caeremos al final del día
exhaustos
sobre nuestros lechos.
¿Qué joya puede guardar ese
cofre
que está siempre abierto
a la espera de ser colmado?
No guardará tesoro que
descubran
ojos ajenos
si su dueño no pudo ir
acumulando,
dedicado a la simple
supervivencia.
No hallará los puntos marcados
en el mapa de los perdedores,
y, aun lanzándose a la
aventura
de su búsqueda,
será sólo lacayo del señor
que dirige la contienda.
Es su único destino,
seguir al pirata
y esperar de él la compasiva
limosna.
Así continua el mundo, siglo
tras siglo,
manadas de pobres besando
manos,
arando la tierra y no recoger
cosecha,
con la fe puesta
bajo la mesa del banquete de
los privilegiados,
para alimentarse de sus
migajas.
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