p e r f i l e s d e c i u d a d

miércoles, 14 de febrero de 2018

No puedo más



No puedo más, he llegado al límite
de mis fuerzas…
–me digo cada día, pero vuelvo a luchar.
Remonto el vuelo con las alas rotas,
el pico torcido, apenas sin plumas
que cubran mi cuerpo de este frío
que por dentro me hiela.
Grito, aúllo como coyote en el desierto
o callo un alarido en el bosque,
por no alertar a las otras aves,
que estalla al final en mis entrañas,
destrozándome en mil pedazos.
Suplico a un dios en el que no creo,
ni del que espero clemencia.
Perdí la fe en un milagro
en el calvario de esta cruz,
es tanto el dolor que me hiere,
la gran desesperación que aprisiono
entre mis labios sellados,
por este padecimiento sin curación,
que me consumo como fanal sin aceite.
Los cauces secos de mis ojos
inundan de salitre mis arterias.
Braceo sin brazos, grito sin garganta,
sin heridas abiertas me desgarro
y me agito en la más férrea inmovilidad,
mientras esa punzada se hunde en mi carne
como clavo en la madera.
No tiene ojos ni oídos este lamento
más que los propios que en su fuego arden
por padecer en soledad este suplicio.
Que ni un pelo de mi cabeza se mueva,
ni nadie sepa qué mal me corroe,
cuando la compasión es mayor sufrimiento.
No puedo pedir ayuda porque no hay
remedio alguno y este martirio continuo
me mata con muerte lenta.
Lo que mis piernas no andan
corre mi cabeza, esa que paciente sufre.
Fuerte, con innato impulso,
aunque abatida, la toalla nunca arroja
y se sostiene con la llama de la rabia.
Se permite a veces el bálsamo de la tristeza,
que no asesina del todo la voluntad:
persevera en el arduo trabajo que le toca.
A veces se vence, es verdad que flaquea, 
nada más debo exigirle,          
hace lo que puede y me salva
en cada naufragio y tempestad.
Me lanza un madero en el tumultuoso oleaje.
Sin su empeño abocado iría a precipitarme
al abismo,
pero me tiende sus frágiles brazos
y me agarra y sostiene antes de la caída.
– No puedo más, he llegado al límite
de mi cuerpo.
Socorro para quién no puede ser auxiliado.
No puedo más. –Pero mi cabeza insiste:
– Resiste,
aguanta un poco, no te quebrantes,
apóyate en mi hombro,
no dejes de avanzar, no te dejes morir.
Avanza.
– ¡No puedo! Deja que me rinda.
– Sabes que no te dejaré abandonado
de este cruel modo.
– Pero, ¿no ves mis llagas laceradas?
Escuecen
y mis párpados se han hinchado.
Sólo veo oscuridad,
ya no hay gozo en este sobrevivir.
Entrego mi cuello para tu hacha,
cercena tu cabeza y libérate de mi cuerpo.
– Yo te necesito, si te rindes conmigo acabas.
– Deshidratado, sin beber agua,
¿cuánto duraré en este desierto?
– Toma de mi boca la saliva, humedece tus labios.
Y avanza.
– ¡No puedo! Déjame en paz.
¿Qué quieres más de mí?
Estoy sin fuerzas ni aliento.
– Llora, llora cuanto quieras,
pero después de que esos ríos de sangre desaparezcan,
vuelve a emprender el camino.
Quizá te esperen bellas riberas y algún pequeño oasis.
Aunque moribundo,
¿tienes aún ojos para ver?,
¿tienes manos para acariciar?,
¿tienes boca para besar?
Pues, besa y reza a ningún dios y a todos,
mentirosos que con sus promesas te traicionan.
No queda otra salida digna,
besa y reza por simple inercia y necesidad.
Cambia ansias por silencio,
rabia por rendición, y, a la esperanza, sácale la lengua.
Sin rezo sumiso,
no la simple queja sino el bramido del fragor de la batalla.
Besa, reza y vuela,
para tu cabeza no hay alas rotas.
Aunque tu cuerpo esté malherido,
sin coraza ni armas que ya te defiendan y amparen,
lucha con uñas y dientes, araña y muerde la piedra.
Destrózala y de su dureza haz arenisca.
Lucha, no se trata de ser ningún héroe,
pero si te dieron la vida ¡que gane ella!
Arrastrándote por la tierra en las brasas del combate,
bañado en barro de tus sudores,
mientras te quede un aliento
entre los dientes apretados,
suéltalo en el retiro clandestino,
como rugido de bestia salvaje en la noche,
pero no te rindas, agárrate a lo que puedas
y ¡avanza!
Cuando vuelva la efímera tregua, cosecha fuerzas,
porque no se firmará más paz que con la muerte.
Y esa, que espere todavía a recoger tus desechos.
Ahora limpia tus heridas, seca las babas de tu sollozo,
lávate la cara, resucita a tu Lázaro,
¡levántate y anda!

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