Desde mi dolor te escucho
y cojo el tuyo con la punta de
mis dedos,
con sumo cuidado para no
dañarlo.
Lo indago, me salgo, lo
observo.
Es un dolor concreto,
determinado,
con solución clara y definida.
Mi dolor es profundo, diluido
en sangre, extenso.
Olvido el mío y te escucho,
tu dolor tiene una solución delimitada,
el mío no tiene remedio.
Después de andar por tu
cerebro,
navegar por tu voz,
ver detrás de tus palabras,
se trata de una cura,
aun sabiendo que volverás
a arrancarte la postilla,
abrirás la herida una y otra
vez
repitiendo los errores.
He traspasado en la ayuda los
límites de la razón,
alcanzado el líquido del
espíritu.
Su agitación me ha hecho
perder el equilibrio,
me tambaleo, cuesta encontrar
de nuevo el eje,
el ancla que me sujete al
suelo.
Mi agonía es lenta,
silenciosa, en continua lucha,
dando palos de ciego.
Es la vida que persevera en
levantarme
y yo se lo permito.
Este dolor es un vacío con un
agujero negro,
en el que caigo lentamente.
Desde su fondo, un grito
ahogado,
como un eco, se extingue.
La vida persiste, me reclama,
y saco la punta de los dedos.
Sigo cayendo.
Es una incógnita si tiene fin
este infinito.
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