No a los cantos guerreros
que incitan a la lucha a
muerte
de aquellos que, gritando lo
que piden,
luego no hacen lo que
predican.
No a cantores de himnos
enardecidos
que alientan a acudir con
entusiasmo
a la cruenta batalla de la
vida,
porque no serán ellos quienes
llenen
de sangre los campos de
combate,
sino los que escucharon
sus hipnóticas melodías.
No a las palabras que
proclaman
vencer al enemigo, mientras
ellos,
una vez lanzada la piedra,
disfrutan de los pingües
beneficios
que con sus voces agitadoras
consiguieron.
Callando luego,
dejarán desnudos a sus héroes
ante el peligro
para disfrutar del privilegio
de sus tronos.
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