p e r f i l e s d e c i u d a d

sábado, 12 de mayo de 2018

Visita inoportuna


Uno vive ordenando su vida,
cuidando de los detalles.
Cree, ufano, guardar las apariencias
y reserva para su espacio íntimo
la libertad de sus actos cotidianos.
Uno camina por la vida
encontrándose a cada paso
con conocidos que te hacen cambiar de acera
para no cruzarte con ellos frente a frente.
Gente que sólo cuentan penas y lamentos
y huyes del aliento tóxico de sus palabras,
o simplemente quieres ir tranquilo
con tus pensamientos, sin desviarte de tu meta.
Uno se oculta a sí mismo la realidad
para ir ligero de su carga.
A medida que avanza en el trayecto
se llena de ausencias y vacía la maleta.
Observas cómo eliminas conductas
y refuerzas tus hábitos.
Cuánto perdemos sumando experiencias
al restar en virginidad.
La sabiduría que dan los años
es la dura conciencia de nuestros errores.
Uno intenta arreglar su diario existir,
lograr los sueños forjados en un pasado
que el presente se niega a ajustar entre sus coordenadas.
Sitúas tu vida entre límites, protegiéndola,
un rincón para cada uso,
algunos tienen prohibido la entrada,
exclusiva para ciertas amistades
y guardas uno especial para ti mismo.
Lo privado reservas tras el biombo
de tu puerta,
lo íntimo, compartido con quién tú quieres.
Añades distancias, pones cortinas en las ventanas,
te permites ciertos placeres y libertades
que se van al traste cuando viene ella.

Sólo en algunas excepciones acude si se le llama,
a veces envía algunas señales,
aunque nunca especificará día y hora.
Qué iluso fuiste dejando al azar
su inoportuna visita,
quizás, pensando,
que vendría con la casa recogida
y preparado todo.
Sin embargo, cuando aparece sin previo aviso,
suena el timbre, el corazón se te paraliza,
y la recibes, con mala cara,
la casa desordenada, los platos sucios,
antes de tomar la ducha,
con la ropa interior sin cambiar,
mal vestido, mudo, sin palabras.
Te quedas sin parapeto que cubra tu vulnerable cuerpo
o tus costumbres particulares,
ante la vista de todos que se han apuntado
a la fiesta.
Tú, que siempre cuidabas el aspecto,
que, con pudor reservabas tu mundo interior,
la corporalidad de tu esencia,
creíste poder evitar sorpresa tan desagradable,
de esta guisa y pésimo momento.
Más bien no quisiste pensar en esa eventualidad,
que te sorprendiera desprevenido.

Y así fue que un día se presentó la muerte
sin previo aviso, como acostumbra esta mal educada,
sin tener preparada la situación para su visita,
ni haberte afeitado, ponerte la ropa limpia,
dar la imagen perfecta que hablara de ti
ante los otros.
Ocurrió lo temido y ahí estás,
más callado que en misa,
impertérrito, ni te inmutas.
Todos pasan por tu lado,
observando minuciosamente
el lunar verrugoso que ocultabas
con un poco de maquillaje,
que ahora apenas disimula una barba de tres días.
Extraños descubrirán que tus alardes
no eran para tanto y algún graciosillo
hará la broma de rigor con el pretexto
de quitarle hierro al asunto.
Ya no puedes utilizar la agradable sonrisa
con la que te ganabas la confianza de todos
o resolvías con simpatía y elegancia 
las cuestiones incómodas.

Se estampó en tu rostro el rictus solemne
de la muerte.
Te han desnudado, qué vergüenza.
Tú, que en la playa procurabas cubrir
tus imperfecciones con el bañador apropiado,
estás ahora expuesto ante la mirada ajena.
Estaba más gordo últimamente…,
Tienes que aguantar, encima, inmutable,
comentarios como estos o aún peores.
Recorren sus miradas tus pertenencias,
descubriendo de ti cosas que mantuviste,
con rigidez, al margen.

¿Qué culpa tienes? Si lo llegas a saber
no dejas estos trastos por medio,
hubieras tirado muchas cosas,
habrías escondido aquel poema
que cuestionaba tu capacidad literaria,
o aquellas costumbres que te dejan
en perjudicada evidencia.
Ahora que te acuerdas, las sábanas
están manchadas y no precisamente
de un feliz encuentro,
sino más bien un apaño ante el insomnio
de madrugada.

Si uno hubiera sido consciente
de su inminente presencia…
Hubiera bastado una llamada,
un quedar para tal día,
no sé, un simple whatsapp.
Eres un ingenuo por confiarte.
A estas alturas ya deberías saber
su modo y modales de operar.
Pues nada, te pilló infraganti.
De nada sirve decir que, ante ella,
todo pierde importancia,
las preocupaciones mundanas
son insignificantes,
el verdadero valor de la existencia
están en otras cosas, criterios como
honestidad, honradez, responsabilidad,
generosidad, talento, entrega y valentía,
esos que enumeran entre las condolencias
los que van a tu último encuentro.
Muchos de los problemas que te afligían,
son, desde esta perspectiva horizontal,
tonterías enormes y pueriles.

Aunque estos argumentos, si digo la verdad,
no consuelan ante este ultraje:
¡Coño, que están tocando tus cajones,
mirando tus ropas, rebuscando entre papeles!
Tu cuerpo, expuesto a sus ojos,
hablando de tus costumbres,
sacando conclusiones, no siempre equivocadas
pero la gran mayoría inciertas.
¡Aquí me gustaría veros a todos!
A ver como la recibís vosotros,
desnudos, como tú, ante la evaluación
de las interpretaciones ajenas.
Con lo que cuidabas lo tuyo,
tanto forjar y construir un carácter
de lo que se entiende un tipo raro,
porque eres como decían los amigos:
Él es muy suyo.
¿Qué queréis que diga?
Donde echas la llave, no entra nadie.
Aquí tienes el plato lleno,
como castigo a la soberbia.
¡Con el celo con que protegías tu propiedad!
Te ves exhibido ante un público anónimo.
Que si eras atractivo y elegante,
responsable y educado,
perfeccionista hasta la obsesión,
pulcro como una patena,
bien peinado, de cuidados modales,
compulsivamente metódico,
siempre con aquella sonrisa enmarcada
que muestra ahora el vacío
de una dentadura postiza.

Mírate ahora, desgraciado,
con el culo al aire.
Porque, quién le explica a esta gente,
que un mal día lo tiene cualquiera,
que ni eras aquel tan perfecto como te veían,
ni tampoco este cogido en un renuncio.
Tal vez, seguramente, todos somos vulnerables
ante esta jueza despiadada,
falta de sentimientos humanos,
injusta en sus sentencias,
que nos impone la mayor pena de todas,
la impúdica e irreverente muerte.

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