Ojalá llegue el verano en este otoño,
recordar el gusto de aquellas melodías,
recrear las imágenes que guardaban
los olores de un pasado.
¿Te acuerdas? Venían aromas a azahar
y los tamarindos manchaban las aceras.
Guardé las pequeñas flores naranjas
entre las páginas de los apuntes de estadística.
¡Prometía tanta felicidad el paquete del futuro!
No había estos nubarrones cargados de miedo
y estaba ese mar perfumando el aire,
su densa esencia con olor a sexo,
a vientre que pare fuego,
pecho que amamanta pasión y vida.
Beber de las ansias pasadas sin el poso
de este presente,
renacer al aire y a la tierra
bañada de sol y sales.
Ven a mí, inocencia de niña,
cuando la bola del mundo se ofrecía
plena sin límites,
frondoso bosque de ilusiones,
donde no había peligro
y el gozo prevalecía bajo las humedades
de llantos que mojaban almohadas
que la brisa cálida de la mañana secaría.
Y, allí, en el horizonte, el paraíso prometido,
esperándote,
sin temores.
¿Por qué duele tanto vivir?
Fue tan difícil mantener la fuente limpia,
bañarnos de risas y cantos alegres,
mirar a lo lejos y esperarlo impacientes
con las ventanas abiertas,
otear el frente y no darlo ya por perdido.
Se fue lo que quisimos agarrar con fuerza.
Sin embargo, si no escuchas las voces
y atiende tu oído sordo al murmullo,
abandonarás ese desierto estéril
y volverá aquello que siempre estuvo contigo.
Tú eres su único ladrón, el verdugo
que no hará negocio con su conciencia
mientras no entregues al tiempo
el poder absoluto.
Dejar en la isla de los hechos transcurridos
para lanzarte al océano de lo venidero
con la inquietud esperanzada de una nueva aventura.
Levaste anclas con los víveres necesarios,
soltaste el lastre acumulado en la bodega
y, orientado al sol, dirigiste proa contra el viento
que silbaba amenazador desde la ladera
de la melancolía.
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