p e r f i l e s d e c i u d a d

sábado, 16 de septiembre de 2017

Vida



Vamos acompañados de un enemigo, un enemigo cauteloso pero prepotente. Tan pegado a nuestra piel anda que tal vez debamos considerarlo más bien un colega, una madre o un padre, un avatar. Creemos despistarlo cuando no nos conviene, que es casi siempre, sin embargo, es él el que nos vigila, el que nos sigue y observa nuestros movimientos, cada segundo, incluso mientras dormimos anda apalancado a nuestro lado. Pie con pie, mano con mano, rozando lo más profundo de nuestro ser. A veces nuestro cuerpo lo presiente, lo percibe y un escalofrío nos recorre, entonces tratamos de huirle, nos escondemos, saltamos y corremos como una veloz presa de su depredador contumaz. Entonces volamos sin alas, escapando de sus garras por medio de peregrinos desvíos, ilusorias recompensas, cuya única intención es buscar distracciones, como si, borrada su imagen de nuestra mente, fuera suficiente para hacerle desaparecer. Quizá creamos que un exceso de ruido sea en realidad el silencio más perfecto, porque oculta toda diferencia y matiz, porque la sordera que su murmullo atronador nos provoca, lo hace desaparecer. Engaños que prolongamos como hilos de seda que, ante su aparente dureza, evidencia su fragilidad, cuando, por el contrario, es él la única verdad mientras acostumbramos a vivir una ficción. Acecha agazapado entre los cajones, al filo del mantel de la cocina, entre las sábanas y sobre el cojín donde reposas la cabeza en las siestas vespertinas. Pasea contigo sin ser invitado, persigue tus pasos, te convierte en viejo y asesina tu inocencia. A veces se advierte tras visillos, delimitando su figura obscena, confundes su pálpito con el tuyo e intuyes su limpia calavera. Ante esa clarividencia aún no sabes cuándo, desprendido de ese velo, será tu propio reflejo.

No hay comentarios:

Publicar un comentario