Disimulaba en sus ojos las
marcas del sufrimiento.
Las lágrimas no construyeron
surcos delatores
mientras su boca no resistió el
envite de los sollozos.
Sobre ella cayó todo el peso del
dolor.
Su mirada, calmada mar, distraía
al escrutinio ajeno.
Audiencia más sagaz habría
advertido otras claras señales
que la orografía del mapa
revelaba en su semblante.
El velo que protegía la pena
como una máscara
ocultaba el desastre que gritaba
en sus adentros.
En la soledad, protegida de los otros,
la mueca del tormento
desembocaba por la boca
que fue trazando líneas inequívocas
de su calvario.
El tiempo no olvidó cada puñal
clavado,
cada herida cicatrizada dejó
abierta las compuertas
de la tristeza.
Puedes engañar al rostro con
maquillajes,
enjugar la cara bajo el grifo,
poner sobre los ojos cubitos de
hielo,
empolvar la nariz y pintar los
labios.
No evitarán estas sutiles
artimañas
el gesto agrio de la
desesperación.
Igual que el viento desplaza las
dunas
y el mar en su retirada descubre
cadáveres.
Tatuada queda la arena por el
arrastre de los guijarros,
la fuerza de las olas dejó en
esta orilla
el rastro de sus deshechos.
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