p e r f i l e s d e c i u d a d

martes, 5 de diciembre de 2017

Tiempo


Hay varios tipos de tiempo:
el tiempo físico, también llamado
atmosférico, del frío y el calor,
de las lluvias, heladas y nieves,
el tiempo fisiológico, estructurado
en periodos, ciclos, estaciones,
cánones y unidades.
Está el tiempo verbal, el propiamente humano,
basado en acciones, fuente de recuerdos,
de presentes y futuros.
El tiempo sólido, reglado y encapsulado
cronometrado e inflexible,
con mínimos errores de cálculo o, por defecto,
conceptualmente absurdo pero necesario.
El tiempo líquido, ese que se diluye
en la densidad del sólido,
se pierde entre los objetos y actos,
ocupa el recipiente del momento
tomando formas distintas,
manteniendo el mismo peso y volumen,
así se estira o se contrae, se hace interminable,
se escapa o escurre entre los dedos.
Por último, el tiempo gaseoso, invisible,
que ocupa todo el espacio,
recorre con libertad las sombras y la claridad del día,
no se oculta, mas nadie lo ve,
por el contrario, rodea todas las cosas.
Es el universo su territorio
y el paraíso del que fuimos expulsados,
lanzados a padecer su estigma.
Abarca todos los dominios de nuestra existencia,
por eso podríamos decir,
que, de tratarse de una nueva religión,
sería su dios todopoderoso.
Él es el único dueño y señor,
no lo retiene ningún límite ni frontera,
aunque nos deja jugar con la idea
de creer controlarlo con un reloj,
perversa diversión que tiene
el poderoso con su vasallo.
Se pasea ufano por los jardines de su palacio
mientras se recrea con nuestras estúpidas urgencias.
Pobres ingenuos, cuando esperábamos
tenerlo bien anudado, se desinfla el globo,
como cometa se escapa de nuestras manos,
abofetea nuestra engreída soberbia,
reconociendo, humillados, no tenerlo nunca sujeto.
No tiene forma y, sin embargo,
nosotros lo convertimos en una recta,
un continuo devenir que siempre suma,
pero de ser línea, tal vez, formaría una espiral
el retorcimiento de un punto,
o, de ser cuerpo, probablemente,
su figura sería oblonga.
El tiempo es como un gas,
se mueve junto a ti sin verlo.
Tiene sus propias leyes, principios
y fines,
que nunca llegaremos a conocer
por mucha física que aplique la ciencia,
por más empeño que pongamos en el asunto
jamás llegaremos a acceder a su secreto.
Por eso lo convertimos en un arcano,
mucho más que trino, múltiple,
que tiende a un infinito inconmensurable,
con imágenes y corporalidad diferentes.
Nuestra gran equivocación
es creer que atrapamos su espíritu
en nuestros cálculos.
Nada más lejos de sus intenciones,
disfruta sorprendiéndonos,
osados ignorantes, tratamos de programarlo.
La impaciencia es su némesis.
Como dios supremo, él siempre decide
dar o quitar según sus cuentas,
actúa con inmediatez o eternizándose.
Debemos recordar siempre que nuestros sueños
navegan en su mar tempestuoso,
llegar a tierra firme dependerá de su designio,
o quizá de las decisiones que tome
durante el desayuno.
Hacemos espacios en una regla que
no existe,
inventamos un sistema matemático,
ilusos, pensamos que basta con darle cuerda,
o ponerle una pila,
construirlo atómico o hacer una teoría
de cuerdas –para atrevidos funambulistas–,
donde tiempo y espacio se hacen
uno.
Mago caleidoscópico, se ríe a carcajadas
de nuestro falso espejo.
Pseudópodos con prisas,
vivimos en su caos de atrasos y adelantos,
regulando nuestra vida en días y noches,
en ayeres y mañanas en un presente suicida.
Es escurridizo y enigmático,
tal como ante sus súbditos se muestra
puede ser magnánimo, cruel o campechano,
cual rey en su trono.
Ente supremo, hacedor de todos los big bangs,
dios lujurioso y despótico,
sin ética ni sentimientos.
El mundo lo venera, rindiéndole culto y pleitesía,
sujeto al imperio de su poder.
Considero que es un perfecto cabronazo,
nos tiene bajo su yugo sometidos,
para su goce y divertimento,
ahora y en la hora de nuestra muerte.
Amén.


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