El arcano que esconde la vida
es copa que no beberá humano,
creado el universo se rompió
el molde.
Perdidos, sin cartografía que
nos oriente,
vamos como borracho,
dando tumbos de un lado a
otro.
Hay que buscar el punto exacto
de los ingredientes,
pero el guiso de la vida sólo
aspirará
a la imitación pobre del
protagonista
cuyo poder infinito y dones
son inabarcables.
Grandes y lejanos paisajes
oteará este barco velero,
pero la gaviota llegará antes
a la orilla.
Pondrá fuerza el viento y los
brazos de los marineros
remarán entregados,
creyendo cercana la promesa de
un oasis,
pero la paloma volará antes a
la isla.
Seremos águila y, vencedores,
llegaremos a tierra
marcando el territorio con
nuestra bandera,
pero triste destino el
nuestro.
Seguiremos en la eternidad de
este laberinto,
océano sin caminos trazados,
pequeños en su inmensidad.
Navegamos sin rumbo,
creyéndonos dueños de nuestra
aventura,
pero no somos tierra,
no somos mar,
no somos cielo,
seremos águila, paloma,
gaviota,
serpiente, león y hormiga,
pero no seremos viento,
lluvia o rocío,
ni la más apagada estrella.
Seremos ligeros como un trueno,
pero nunca la tormenta.
Puede el todo conocer sus
unidades,
pero la parte sólo puede mirar
hasta donde alcance su vista.
La imaginación será su cómplice,
los sueños, puentes para cruzar
valles,
fe y confianza para no
desistir en la empresa,
esperanza para no morir en los
fracasos.
Mas por mucho que alargue sus
dedos,
no rozará siquiera, el
contorno de tan divino rostro.
Más ancho es su horizonte.
Sin embargo, el día más claro
no nos dejará ver más que
espejismos
en su nebulosa línea.
Lanzados a esta infructuosa
aventura
que nadie decidió emprender,
aun así, persiste nuestro
espíritu.
Le basta la recompensa de
saborear
el dulzor de pequeñas metas
y no resignarse a la amarga
hiel
de esos labios, contorno del
abismo
de su boca,
límite que marca nuestra
pasión y nuestra ceguera.
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