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miércoles, 21 de febrero de 2018

Qué han visto estos ojos



Qué han visto estos ojos que me miran.
En su brillo traslúcido intuyo soledades.
Cómo se puede escarbar en ese terreno,
arrancar las malas hierbas y extraer
algún tesoro.
Cuánto ocultan y callan unos ojos,
cuántas estaciones han pasado por su córnea,
cuántas cosas buenas y malas escaparon a su retina.
Qué esconde una mirada cuando su luz se apaga,
qué lleva en su nervio óptico a la otra estancia.
La imagen última, soñada o real, tal vez,
repentina, improvisada, inocua.
Esos ojos gritan tristeza este otoño,
callan miedos, guardan dolor y rabia.
Fueron ojos infantiles, brillante ébano sobre su nácar.
Lloraron lágrimas que quemaban como hielo,
no aquellas de hambre y frío fáciles de calmar,
sino las encaradas a solas,
clandestinas, disimuladas bajando la vista,
tratando de no mostrar su desgarro,
la tormenta que horas antes en ellos se había desatado.
No siempre podían ocultarlas al amparo de la noche,
bajo la ducha, callejeando por lugares solitarios,
sin observadores ajenos a ese peso que cargaban.
No pedían la ayuda imposible,
sino ser compensados con la líquida alegría,
la que baña el cuerpo con la savia de una nube,
ligera, suave como pétalos de rosa,
blanca y pura como copos de nieve.
Quizá era demasiado pedir que no hubieran sido castigados
con la visión de su desgracia,
igual que el acero del tornillo se ancla a la pieza,
la sujeta firme, sin prestarle un hueco ni holgura,
soldada para siempre, a ella, en cadena perpetua. 
Pero hay excusas propicias para todo
y así nadie puede ver detrás de ese cristal opaco
lo que para sí se guarda,
hasta el fondo,
allí donde la carne cede espacio al alma y el alma,
riega la tierra donde se enraíza.
También las hubo, no sólo aquellas que manan
de las entrañas de la roca,
las físicas, las cotidianas, las emocionales
las de andar por casa.
Qué no quieren decir esos ojos que, de frente,
me atacan con toda su verdad silenciada.



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