Desnudo y frágil me entrego a
su fuerza,
una gota en su indomable
inmensidad.
Sin barco ni boya a la que
asirme,
no hay más apoyo para mi
cuerpo
que su propia armadura.
Pisar en su base líquida,
desplazando
mis pies sobre su sordo y
denso frío,
acariciado por la blancura de
su espuma,
me abro paso hasta perder pie.
Vapuleado por las olas, vuelo
con las alas de mis brazos,
suspendido en su aire salino.
Está lejos ese horizonte aún
más
por ser incierto,
nunca se deja alcanzar esa
escurridiza meta,
infinitos sus límites en los
cálculos de mi mapa.
Sin embargo, ¡parece tan claro
desde el que mira en la
distancia
al amparo de algún puerto!
No aquí, presa de su
territorio hostil e indómito,
como alga arrancada de sus
raíces.
Después de este viaje, donde
puse a prueba
mi ímpetu y resistencia,
sin rendirme al desaliento,
retornar a la playa, alcanzar
la orilla,
arrastrado y revuelto entre
guijarros,
tocar la arena,
sostenerme en su base firme,
al fin superado el vértigo de
su abismo,
llegar más vivo y continuar la
aventura
de nuevo en tierra.
O quizás muerto y vencido,
abandonado sin oponer
resistencia,
esperar a que la marea de
nuevo me recoja,
ofrecido como sacrificio a los
dioses,
devuelva mi esencia a la vida
de la que un día partió.
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