p e r f i l e s d e c i u d a d

sábado, 10 de febrero de 2018

Reconozco su rostro



Reconozco al paso del tiempo,
identifico los detalles de su rostro.
No me confunden sus malas mañas
que intentan enmascarar con maquillajes,
modernos peinados y vestidos estrambóticos,
buscando dar una buena apariencia.
Reconozco sus andares y su ritmo pausado.
Ya no parece el mismo, deja caer hacia los lados su cuerpo
con un pequeño vaivén de caderas que le distingue.
Se camufla entre la gente y es partidario del bullicio,
porque le viene bien ese caos para confundirte,
y lo pierdas entre la muchedumbre.
Ah, pero yo lo reconozco.
Podrá ponerse hermosos y cálidos tejidos,
desenvolverse con jovial aspecto,
pero tengo buena vista y aptitudes fisonómicas,
me quedo pronto con una cara,
se ponga encima lo que se ponga,
yo lo reconozco entre miles de transeúntes.
Además, tiene detalles inconfundibles,
no hace falta reloj para saber su hora,
así distingo por sus sombras su declive
en el horizonte.
Son ridículas las excusas que pone para engañarte,
aunque, la verdad, se engaña a sí mismo.
Venga ya de paripés, ni retorcidas estrategias
de detective mediocre, no me confunden.
Piensa que no lo veo bajo esa maltrecha indumentaria,
ese estrafalario sombrero viejo y pasado de moda,
que tiene más arrugas, dobleces y marcas
que ondas deja el viento en las dunas de un desierto.
Pues sí, amigo, yo reconozco a ese tunante
y lo peor de todo, que no hay remedio contra él,
no se irá, así le mates. Seguirás con su cadáver a cuestas
y su fantasma persiguiéndote por todos lados.
Acéptalo, hazte colega suyo,
después de todo, no es un chico malote,
es buena gente, tampoco tiene culpa
de ser un pesado y tener un carácter inaguantable.
Lleva tanto tiempo comportándose del mismo modo,
es imposible que ya cambie.

Venga ya de disimulo, que se te ven las intenciones
ocultándote tras esos disfraces,
así te pongas bigote, tiñas el pelo o te cortes la barba.
Y qué decir de ese modo de hablar pretencioso,
juvenil, alegre, desenfadado y dicharachero.
Tienes, inevitable, un deje añejo inconfundible,
una cadencia en el tono que intenta cubrir
un incipiente cansancio.
Venga, hombre, que nos conocemos,
que tú y yo llevamos mucho tiempo juntos.
No es ya lo mismo, y tú lo sabes.
Te niegas a reconocerlo, pero algo comienza
a marchar mal en tu vida,
pequeñas cosas que antes no estaban
ahora se acumulan a tu espalda.
Achaques que comienzan inofensivos
y acaban machacándote,
destruyendo aquel añorado ímpetu
de nuestros años mozos.
Te van minando, poco a poco, con sutiles advenimientos.
En principio son simples asuntos,
cuestiones superficiales, nimias,
como un lunar rojo, fácil de ocultar con un tatuaje,
una querencia ácida, una molestia en el costado,
unos kilos que no bajan y una piel que desciende,
que cubres con un apropiado diseño
que oculte los defectos y haga sobresalir las virtudes.
Y de las mañanas, qué me dices,
pues aún peores son las noches.
Me vas a contar que para ti es lo mismo.
¡A otro con ese cuento!
Es lobo que aúlla a la luna con malas intenciones
y van directos a tu cuello sus colmillos.
El otro día descubrí en tu botiquín del cuarto de baño
ciertos medicamentos sospechosos,
aquello que vi no eran simples aspirinas.
También había todo tipos de tubos
y clases de cremas, que no eran precisamente
dentífricos, pastillas para fortalecer huesos y partes blandas,
vitaminas, de todo había un muestrario cubierto.
¿Sabes que te digo? Que te enfrentes de una vez a tu mentira.
Por todos lados te está mostrando la verdad sus razones.
No me digas que, ante el espejo, con cuatro detalles, te rejuveneces,
cuando en el carnet pone claro la fecha de tu nacimiento.
Te reconozco, tiempo implacable, sé de ti
como si te hubiese parido,
¿no ves que vamos siendo iguales?
Lo que pasa es que yo lo acepto, me miro cara a cara,
y en mi reflejo veo cada día marcando su paso
como forma en el barro que el calor de soles endurece
dejando su huella sin retorno.
A veces, parece que se ha quedado quieto,
aletargado, pero un día muestra un indicio peligroso,
una señal de prohibido el paso
en una dirección acostumbrada,
o aparece de la nada una calle que no existía antes
y tu GPS se vuelve loco
tratando de buscar otra salida,
pero todos los desvíos al final te llevarán al mismo sitio,
ese que te espera en alguna parte.
Hay aspectos fastidiosos que van y vienen,
haciéndote creer que no se instauran,
que fueron algo esporádico, transitorio,
como una gripe que, tras el periodo doloso,
te devuelve a la rutina sano y salvo
y tu apariencia fuerte se restablece.
Sin embargo, estos forasteros que te visitan
marcan pequeños cambios en tus días cotidianos.
Son sutiles al principio, niegas su evidente progresión,
desoyes sus tímidos pasos,
hasta que son pisadas de gigante,
y, escalón tras escalón, alcanzan tu puerta
y llaman al timbre.
Sobresaltado, te asustas, ya están aquí para quedarse,
apalancados en tu sillón, son visitantes incómodos.
Al comienzo, pretendes ser amable,
mantienes una charla intrascendente,
cuestiones triviales para pasar el tiempo.
Piensas, se irán pronto.
Bromeas con sentido del humor,
aunque ellos no tienen, se creen graciosillos
pero son malajes y cuentan chistes horribles.
Tienen su gracia peculiar, que maldita la gracia
que a mí me hace.
Pero llega un momento que, harto,
quieres que se marchen, pero los tíos no se van
y ahí te entra tal rabia e impotencia,
un cabreo que te coges, casi rozando el odio.
Te vuelves huraño, llegas a parecer insolente,
reacio a cualquier trato,
malditos petardos que te incordian,
que consumen tu tiempo tan valioso.
Rompen tus expectativas halagüeñas,
alteran tus planes y horarios
y ya puedes darles
una o mil indirectas, olvídate,
han venido para quedarse, traen a tu casa
la desesperanza y pierdes la fe en el hombre,
con gente así quién va a querer invitarte.
Desconfío de tus promesas y palabras consoladoras.
¡Y una M!
Tú mucho dártelas de enteradillo:
que si la experiencia es importante
para la vida muy necesaria,
da paz y conocimiento de uno mismo.
No voy a decirte que ojalá
no te hubiera conocido porque,
además de estar feo, me perjudica.
Pero, oye, por favor, no me cameles,
que tus modales son grotescos
y tienes conmigo gestos duros,
incluso tu cierta pedantería es ofensiva
para mi amor propio.
Más pronto que tarde castigas
con tu mala leche y, a capricho, me dejas un día tirado.
Te reconozco, paso del tiempo,
y si paso por tu lado no puedo pasar sin saludarte.
Prefiero soportar tu compañía, conversar contigo,
al menos espero que el encuentro no sea desafortunado,
el paseo no sea demasiado desagradable,
no me lleves por lugares peligrosos.
Tienes la costumbre, en ocasiones, de jugar malas pasadas,
liarte por callejuelas, desorientándote.
Mientras que vayas tranquilamente con el paso cogido,
me dejaré llevar, disfrutaré de este trayecto,
aunque lo veo complicado conociéndote.
Tendré que aceptar los hechos innegables,
hasta que nos despidamos en un punto concreto
del recorrido,
donde continúes tu camino enganchando
a otros incautos
y yo haya llegado a mi meta.

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