p e r f i l e s d e c i u d a d

jueves, 8 de febrero de 2018

Traducción de género



Es probable que usted, señor, se levante
a las siete, tome un desayuno que su mujer le ha preparado,
coja para su trabajo las herramientas adecuadas
y salga por la puerta con un beso.
Es probable que usted
eche horas a una dura jornada
y atienda a muchas cosas a un ritmo frenético,
aunque tenga claro su cometido y tome para ello su tiempo
De vez en cuando, para recuperarse,
se permita algún descanso,
con café en mano y conversación grata.
Es probable que vuelva a casa tarde,
no llegue a tiempo para besar a sus hijos,
pero, mientras su mujer prepara la cena,
se tome, al fin, el descanso del guerrero.
Es probable que usted apenas disfrute
de las comodidades que con tanto esfuerzo
fue adquiriendo para tener un hogar confortable,
porque es probable que usted sea de esos
a los que les interese más la compra de acciones,
ser experto en euros y repita varias veces al día
las palabras ganancia y beneficios.
Es probable que, entre una reunión y otra,
viajes de negocios y horas extras,
no pase usted mucho tiempo con su familia
y delegue sin remedio en su querida esposa
la responsabilidad de esa logística:
las tutorías del colegio, las citas con el pediatra,
las responsabilidades familiares y obligaciones caseras,
entre otras muchas cosas que el azar improvisa.
Es probable que compense con unas vacaciones
tumbándose a la bartola y trate en esos días
adelantar todo lo que postergó durante el año.


Es probable que usted, señora, se levante
a las siete y prepare todos los desayunos de su familia
después de despedirse de su esposo con un beso.
Con el tiempo pisándole los talones
lleve al colegio a sus hijos.
Es probable que se tome su café
en el silencio de la casa,
saboreando cada sorbo con la urgencia
de estar todo patas arriba,
apremia el día, que le hizo sacar el pie de la cama.
Es probable que, sin perder más tiempo,
se ponga en marcha, friegue los tiestos del fregadero,
recoja los juguetes tirados y las ropas amontonadas,
ponga un lavado de oscuro o blanco,
barra, limpie los baños, el suelo y el polvo.
Es probable que, una vez esté todo recogido,
se dirija a la cocina y prepare el almuerzo,
que haga balance y, con criterio, decida
que después de tomar el lunes carne y el martes pasta,
hoy se coma legumbres.
Es probable que eche usted en falta algún ingrediente
y tenga que salir corriendo a comprarlo a la tienda
más cercana.
Es probable que, de vuelta, la entretenga la vecina,
pero deba dejarla con la palabra en la boca
con la excusa que se le quema el guiso,
aunque en realidad es que la conversación es vana
y usted no puede perder ni un segundo.
Es probable que tenga planchado de tres lavados
y acumulada la ropa sucia en el cesto,
deba hacer las camas y ordenar la leonera
de la habitación de los niños.
Es probable que la llame por teléfono su madre quejándose,
como siempre, de lo mal que se encuentra,
le duele todo el cuerpo, piernas y brazos,
y de las continuas y estúpidas peleas con el padre
que está ya hecho un viejo chocho.
Tendrá al final que colgarle porque sea la hora
de la salida de los niños del cole.
Es probable, como de costumbre, que salga pitando
y, como siempre, se llevará un sofoco,
buscando aparcamiento.
Es probable que usted. después de la comida,
recoja la vajilla y, entre ollas y sartenes,
no acabe hasta las cuatro.
Ayudará a los hijos con la tarea y después de la merienda
quizás se siente un rato a eso de las siete,
tomará un café y verá un poco la tele,
hasta las ocho que comience con las duchas de los críos
y a preparar la cena, entre llantos, enfados,
y luchar con ellos para que obedezcan.
Al fin se irán a la cama, con un cuento
y un beso de buenas noches
Recogerá la cocina, el cuarto de baño, las ropas sucias y toallas.
Es probable que usted, sobre las diez,
antes que llegue su esposo,
se desplome en el sofá a su espera
y, cuando suene la llave en la cerradura,
se levante como un resorte y lo reciba
con una sonrisa de cansancio,
porque de lo que menos ganas tiene
es de continuar con el siguiente turno.
Es probable que en las vacaciones
usted apenas descanse,
aunque gracias a una buena oferta
pasen unos días en un apartamento en la costa,
donde, aunque con menos exigencias,
nadie la librará de las tareas caseras.
Antes de sentarse bajo la sombrilla,
habrá estado toda la mañana
preparando tortilla y filetes empanados,
embadurnará con protector solar
a cada niño varias veces
–cada dos horas–,
sacudirá de arena las toallas.
Sentada en la tumbona, echará un ojo a la lectura
y el otro pendiente de sus movimientos.
Del libro que cogió al salir de casa, al final del verano,
habrá leído apenas veinte páginas,
pues mientras su marido dormía la siesta
usted sólo miraba por encima
vigilando el baño de los niños o por dónde jugaban.
Es probable que entienda de números,
igual que cualquiera, pero en cuestión de tiempo
a usted nunca le salen las cuentas.



Es probable que él se deje llevar de vez en cuando
por evocaciones mundanas, hablando
de mujeres, deportes y trabajo,
tomando unas cervezas a la salida de la jornada.
A gusto con el deber cumplido y, llevado
por los efluvios del alcohol,
brinde con los compañeros,
y exclame: ¡esto es vida!

Es probable que ella, con las mangas
remangadas, entre pieles de verduras,
remojando los garbanzos, mire por la ventana
y, llevada por el vuelo de un pájaro,
circunde los cielos de los sueños perdidos,
con el amargo sabor en los labios,
llena de frustración, se pregunte: ¿esto es vida?

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