Demasiado peso se acumula en
mi cabeza.
Como un saco lleno de piedras
son estos pensamientos
que amenazan con reventar sus
costuras
y aplastar mis neuronas.
Se llena de aire este globo a
punto de estallar.
Es mi cerebro una casa pequeña
donde se concentra una
multitud
que agota el oxígeno de su
espacio.
Una estancia que cuesta tener
pulcra,
tan pronto barres por una
esquina,
vuelve a entrar arena de la
calle.
Es un vestido estrecho que
rebosa
carne por todos sus contornos,
pechos de mujer apretados y
preñados
que parecen querer escapar
de la prisión del sostén que
los reprime.
Es un centro comercial en
rebajas,
una autopista colapsada de
tráfico,
unos gases que se revuelven en
el vientre
sin encontrar orificio de
salida.
No desagua este fregadero,
atascado, se ha llenado de
residuos.
Es una digestión pesada
un run-run que golpea el muro
de mi cráneo,
pasto rumiado en la garganta
del buey
grito agudo continuo en el
oído.
Callad, malditos pensamientos,
inquilinos extraños.
No fuisteis llamados, ¿a qué
viene
este martirio?
Intrusos que, en avalancha,
sin previo aviso me atacáis,
dejadme, dejadme tranquilo
flotar
sobre el mar calmado, el vacío
desierto,
en el clandestino bosque,
en la soledad de la montaña,
en el silencio del valle.
No un encefalograma plano,
sino un punto que se mueva
como notas en un pentagrama
pautado en armoniosa melodía.
Quiero dejar mi cabeza
tan sólo con pocos muebles
y mi rincón para el descanso,
casi hueca, que sólo el eco de
mi voz
se escuche,
que fluya clara y fresca como
una fuente
y su gorgoteo inspire mis
sueños,
un balcón abierto a un jardín
francés
con dulces cantos de aves
y el leve zumbido de algún
insecto.
Que nadie venga a perturbar
la paz de mi santuario.
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