Lo viví, pero fue tan breve
que anda suspendido mi cuerpo
de la melancólica pérdida,
pende del cordel como prenda olvidada
cubriéndola de mugre las
lluvias y vientos.
Duró esa corta primavera
la brisa de un suspiro,
igual que un beso frustrado
se quedó en el roce de los
alientos de los labios.
Siempre tarde llegaba a las
fiestas,
cuando ya quedaban apenas
algunos entremeses
en los platos,
aunque un fiel amigo guardó
para mí
algo en el frigorífico
para que no me quedara con
hambre.
Se fueron marchando todos
con la urgencia de un reloj
inclemente.
Rápido engullí sin saciarme
los restos de aquellos
manjares.
De vuelta a la rutina de la
casa
con el estómago otra vez
vacío,
rebusqué en el hueco helado de
la nevera
los escasos ingredientes que
tenía.
Encontré un par de huevos,
algo de mala leche,
un limón verde, una medio
podrida manzana
y un pan duro al que saco migas.
Con eso tendré que aguantar
el resto del invierno.
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