¿Qué es este cansancio que
habita
bajo el vestido de cada mañana
el ropaje que oculta lo
callado
y muestra la sonrisa amplia
como brisa fresca y ligera
tras las lágrimas de rocío
sobre los pétalos de tu
almohada?
¿Por qué mi cuerpo no responde
a estímulos
cuando antes, raudos mis pies,
llegaba más lejos que mi voz?
¿Dónde quedaron aquellos
cantos gloriosos
y ecos lejanos que venían a la
luz
que rodeaba mi sombra
bajo el árbol de aromas
delicados?
Arrancados de la profundidad
de mi seno,
brotaban raíces tiernas con
esencia de vida.
Tierra, que esculpía mis manos
como sueños en la noche
levantando moles de mística
energía,
ahora la encadenan cuerdas de
oro.
Es su brillo falso el sol de
los hipócritas.
¿Qué libertad espera el hombre
en la granja donde se
domestica y engorda
para ser comido?
Muere la esperanza cuando
triunfa la sumisión:
aceptar las cartas repartidas
y jugar sin trampas para
seguir perdiendo
ante el imperturbable tahúr.
¿Qué lucha contra corriente
sin que los labios se nos
resequen
con tan corrosiva sal,
cuarteada la piel, quemada por
ardientes rayos,
para hundirnos al final en el
mar del desengaño
y caer en la locura?
El único madero que nos podría
salvar
en este oleaje indómito
es el armazón del ataúd que
cobija
el cadáver de la fe.
Solos ante el mundo,
desahuciados de espíritu,
no hace falta ejército para
destruirnos
igual que a una hormiga ser
aplastada
impunemente con un dedo.
Lejos de las razones que,
tendidas
como ropa limpia, se secaron
al viento,
cubiertas ahora de arena por
el fuerte levante,
ya sólo existe un único
sentido y dirección,
tu verdad, y tu defensa, la
palabra,
arrastrar con la pesada
mochila de tu destino
y cumplir con el vínculo
sellado con las horas.
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