Ella camina con alquitrán en
la suela de sus zapatos.
Sobre mármoles blancos le
delata la mancha oscura
igual que el agua humedece la
tierra seca.
Ella camina con ampollas en
los pies por calles de asfalto
como si fueran esquirlas de
rocas.
Ella camina con el miedo
aprisionado, oculto bajo una máscara.
Pasea por prados de fina
hierba que son ascuas ardientes.
Ella camina y su paseo es
tormento,
vigilancia constante,
control minucioso de sus pasos.
Todos sus sentidos se fijan al
centro de la diana,
desaparecen los contornos y
sus detalles,
el aire que contiene sus
movimientos
se reduce a la celda que la
ata,
alerta ante la amenaza de un
enemigo,
carcelero celoso de un candado
sin llave.
Inocente de su cadena perpetua,
no saldrá indemne,
los años añadirá aún más
castigo por ley.
Ella vive bajo su propia
sospecha:
la vara que la golpeará si se
sale del orden.
No hay algodones que la puedan
proteger,
ni el sueño le permite un descanso.
Es su sino, nada podrá ya
salvarla del peor pronóstico.
Lo sabe y consiente ser mártir
de un sacrificio impuesto.
Camina sin hacer ruido para no
despertar a la bestia,
siguiendo el ritual de un
conjuro
que tal vez prevenga, aunque
no le conceda respiro.
Ella es ave que no puede
prender el vuelo
porque van pegadas a su sexo sus
únicas alas.
No le basta a su verdugo con
el castigo
sino que vierte hiel al
almíbar de sus placeres.
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