Esta es la gracia de dios,
la facilidad con la que cambia
comedia por tragedia
y del drama se pasa al
aleluya.
Eso es lo que me gusta de él,
cómo transforma la realidad,
y aquello que tanto deseaba mi
corazón,
aquello por lo que moría en su
ausencia,
aquello que me quitó el sueño,
el apetito, la ilusión y la
sonrisa,
aquello que me hacía odiar
el lugar que habitaba,
el amor que tenía,
¡la existencia toda!,
aquello que devoraba mi carne
y ya comenzaba a morder mi
alma
matándome en vida,
un día descubro que ya no hace
daño,
y se alegra la tristeza mía,
vuelve con el alborozo
a retornar la calma
y el gozo de su recreo.
Renace una nueva perspectiva,
admiran mis ojos otros
horizontes,
ensimismados en mi sorpresa
de cómo y cuándo se produjo
tan maravilloso
acontecimiento,
en qué momento tuvo lugar
el milagro,
cuándo se firmó el armisticio
de esta dura contienda
y se dieron las manos
estos dos ejércitos,
la vida y la muerte, que lucharon
y no dejaron muertos
en el campo de batalla,
si acaso, algunos heridos
de diversa consideración,
aunque ninguno de gravedad.
La tierra recuperó su vigor
y el cielo su brillo.
Tan abstraído me hallaba,
que se rebozó del cazo
la leche hirviendo.
Riamos, pues, a carcajadas
con este grandísimo
prestidigitador,
con qué gracia y habilidad
domina el escenario
con su varita mágica,
hace desaparecer objetos
salen volando palomas,
de la baraja saca un as,
el rey de corazones o la peor
carta.
Oh, poderoso nigromante,
dios del arte de birlibirloque,
haz salir de tu chistera lo
malo
y emerja lo bueno.
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