Como el olmo viejo
es la tumba que te acoge,
Leonor,
al igual que su tronco,
un musgo amarillento cubre la
lápida
de mármol blanquecino,
manchado de óxido
por tantas lluvias añejas.
Una flor sobre el sepulcro
de mustia piel de plástico
marchita su semblante
quemada por el sol,
el aura de macilenta tristeza,
de abandono y olvido,
la entrega a la mugre del
tiempo.
En un estrecho pasillo
junto a un cadáver anónimo,
frente a los urinarios,
quedó allí la niña muerta,
amortajados sus níveos huesos
con traje negro de novia.
Caen las tristes horas
en estas bocas calladas
que gritan eternas soledades.
De la mano del poeta,
navega por nuestra memoria,
frágil e irreverente,
su corto relato
de fechas exiguas
y arrinconados recuerdos
en una intimidad austera.
Condensa su vida,
el leve soplo
de un suspiro,
la llama tenue
de una vela.
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