p e r f i l e s d e c i u d a d

domingo, 27 de mayo de 2018

Volveré




Volveré a creer en ese gnomo
que corre por la orilla del mar,
mientras la playa de otoño, desierta,
limpió de huellas la arena.
Vuelven ligeros y alegres
estos gnomos, que salen por fin
de sus escondrijos,
tras el bullicioso verano,
bajo las dunas que construyeron
las mareas.
Nadie sabe dónde se esconden
cuando transitan frenéticos
los cuerpos pesados de los humanos,
cómo perderse de aquel griterío
que inunda la paz de su territorio,
cómo taparán sus oídos pequeños
el escándalo de esos insólitos quehaceres.

Huyeron de aquel paisaje un día
señalado, quizá, en algún calendario,
o quién sabe si fui yo el único desertor.
Sólo sé que dejé de ver sus diminutos pasos,
que la gente, en su locura, confundía
con pisadas de gaviotas.
Ya no corrían por simple placer,
porque jamás torturarían sus cuerpos
con actividades absurdas,
prefieren sus despreocupados asuntos,
vivir de risas y volteretas,
como saltimbanquis locos.
Nunca temieron ser vistos,
privilegio que conceden
a quien sabe y desea ver.
Van con sumo cuidado,
esquivando los poderosos pies,
peores que olas en una tormenta,
que destruyen y avasallan,
pues nada respetan esos gigantes vanidosos.

Yo, que tuve la suerte
de distinguir uno de ellos,
que capturé el instante de gracia,
perdí ese don en este recorrido
de encuentros y fortuitos desencuentros,
donde el azar baila con nosotros.
Hoy intento recuperar,
entre los escombros de la lógica,
los espacios donde levantaron
sus vidas,
protegidos de nuestra soberbia destructora.
Busco, confiado en hallar las señales,
reconocer en mapa tan escurridizo
las marcas de su danza estrafalaria,
alcanzar desde lejos sus ligeras figuras,
bajo la soledad mágica de la playa,
descubrir cómo palpita su universo
sobre la arena tibia.
Ellos, que temen nuestras urgencias,
vuelven al tranquilo invierno
como niños juguetones,
a recuperar la inocencia perdida,
festejan la vida sin condicionamientos,
sin añadir más ordenes que las dictadas
por el ignoto e infinito cosmos.

Volveré a creer en ellos,
en el espejismo que fue más verdad
que el espejo de nuestras realidades.
Recuerdo aquel hermoso día,
cuando el otoño trae su aire frio
y el mar tiene un azul intenso,
la espuma blanca de las olas
como nubes en ese cielo salado.
Al calor del bar, con su ruido de fondo,
un disco sonaba mientras llegaba el ocaso,
nadie creería mi historia ingenua,
pero yo sé lo que vi,
casi acariciado por la orilla,
un gnomo corría a lo lejos,
la playa serena y bella
en un melancólico atardecer.
La tozuda razón negaba mis sentidos
y el sueño duró un leve aliento.
¡Demasiada tierra volcada en esta tumba!
Ahora arrancaré las telarañas
de los certeros argumentos de mentiras
que levantan andamios
delante de los bellos edificios,
esqueletos de hierro que ocultan sus almas,
ciegos para ver, aislados para ser vistos.
Dejaré las ventanas abiertas de mi mente,
descubriré sus paseos cotidianos,
y, no por prisa, correré sin miedo,
simplemente por el hecho,
de que existo.




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