Un día no estaré aquí
y escucharé sus voces
viviendo con mi ausencia.
Deambulará mi espíritu
por estos espacios que fueron
mi cárcel
y mi paraíso.
Un día no estaré aquí,
como ya no están otros,
quedará el eco de mis risas
y mis llantos en el olvido
de la nada.
Alguna vez volveré a la vida,
por un instante, entre los
pensamientos
de aquellos que tuvieron razón
de mí.
Rondaré sus recuerdos
para caer de nuevo al abismo del
vacío,
hasta que esa mínima memoria
se extinga para siempre
en el infinito de la eternidad
de todos los olvidos.
Un día no estaré aquí
y nadie sabrá de mi vida,
de los días y continuos
segundos,
ignorarán cada recoveco
de una existencia que se hace
a trozos.
Ni tan siquiera yo, teniéndome,
reconocería los límites ya
desdibujados,
simplemente había bordeado mi
piel.
Alguna vez, entré en mis
vísceras,
donde miedos, golpes y
fracasos
dejaron su huella,
y, contagiado de costumbres y
hábitos,
uno acabó siendo huésped
en su propia casa.
Veo en ese reflejo frío del
espejo
un rostro con mueca de dolor
y lo ausculto cada milímetro,
la radiografía de un
recorrido,
el brillo en los ojos
que ha dejado el torrente de
lágrimas,
las marcas identificables de
una herencia
y el peso de una enorme carga.
Un día no estaré aquí
y no habré podido hacer una
vida
soñada,
sólo aquella que la propia
vida
depositó en mis brazos,
un tierno bebé que fue
creciendo de mi teta,
haciéndose dueño de mi
destino,
sin saber cuál era, cumplía el
impuesto.
La impotencia de su abuso,
que había colocado una gruesa
cadena
alrededor de mi cuerpo,
cerró el candado y arrojó al
mar la llave.
Un día no estaré aquí,
mas ahora aún estoy,
y escucho sus voces
imaginando que estoy ya muerto,
aunque por evitar su tormento,
persisto
doblegando el mío.
Lucho con fuerza para estar
con ellos,
levantándome cada mañana,
con el traje que cubra mi
sufrimiento.
Estaré aquí a su lado,
evitando su mal en lo posible
y ocultaré el mío con
silencio,
buscando el amparo de la
soledad
donde verter las aguas
residuales
y levantar cada día este
destrozo.
Un día no estaré aquí,
hoy sólo quiero estar
hasta que ellos se hayan
cubierto
de sucesivas capas,
como cae la miel al cuenco
manteniendo la planicie,
y su frágil cuerpo de alma infantil
sea ya lo bastante denso y
firme,
protegido, aunque herido
por la conciencia de nuestro
inevitable devenir,
para aceptar mi muerte
como una natural consecuencia
sin demasiado daño para sus
vidas.
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