Cada día renacemos y volvemos
a morir,
cada vida comienza como un sol
naciente
que avanza por el firmamento
desde la fresca y luminosa
infancia.
Alcanza el cenit de su fuerza
en la poderosa y apasionada
juventud
hasta que llega sin remedio su
descenso,
cediendo espacio a su energía
entre los lánguidos rayos
que aún prometía su madurez.
Implacables, aparecen
los fríos malvas devorando
las entrañas de su ya débil
luminiscencia,
y acaba exhausto y vencido
este dragón de fuego
que, finalmente,
es tragado por sus propias
sombras.
Lo recibirá otro nuevo
amanecer
tras ese ocaso.
En otro lugar distinto
proyectará como un nuevo sol.
Igual que un recién nacido
llegado al mundo,
su mismo recorrido,
ese eterno círculo vicioso
de morir y nacer,
nacer y morir,
prodigiosa parábola
que dibuja
el horizonte de la vida.
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