Uno, más tarde o más pronto,
llega a su destino,
es el vehículo a tracción
que arranca y sigue su
trayectoria
bajo la ley de simples
cálculos físicos.
Al coger el vuelo que zarpe
hacia algún lugar ignoto,
el recorrido puede ser recto,
allanada su senda,
de hermosos parajes
y recreo plácido.
Otras veces, por el contrario,
tiene encrucijadas
cabalísticas,
hace rodeos inútiles
toma desvíos, algunos erróneos,
que te llevan a un callejón
sin salida.
Avanzas por laberínticos
espacios,
buscas escapar de allí
con la angustiosa urgencia
del que pierde su avión.
Lanzado a ese entorno caótico,
elegiste tirar hacia un lado,
en lugar de tomar la dirección
contraria,
desde la que habrías ido
directo
a desembocar a la puerta de
embarque.
Sin embargo, estuviste dando
vueltas,
perdido llegaste a una sala
que no conducía a ningún
lugar,
aunque ese punto sirvió, por
suerte,
para tomar el único camino
indicado,
recorrer las calles infinitas
que el destino para ti fijó.
Sumes o restes detalles,
pierdas o ganes, el fracaso y
el éxito,
son meros figurantes que
cobran su salario
para dejar al protagonista
en el lugar que le
corresponde.
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