Se van los días de invierno
y llega la primavera jovial,
pizpireta y sensual naturaleza.
Hasta las piedras tienen
erotismo.
Se van los veranos con las
tardes
frescas y la oscuridad
clandestina.
Llega el frío al tuétano de
tus huesos
y el olvido de las noches
fecundas.
Se van los juegos en el patio
por otros recreos,
los libros de texto por
apuntes,
los ángeles de la guarda
para custodiar otros tálamos.
Llegan la lucha de poderes,
los horarios sin concesiones,
los desacuerdos y los pactos,
los amores primeros e
iniciales odios,
las idas y venidas,
las preocupaciones de mayor
peso,
los primeros rasguños del amor,
que escuecen y tardan en
curarse.
Se va la vida con paso rápido
y llegan las pausas del tiempo.
Se fueron los días como hojas
por el viento arrastradas
sin resistencia.
Aquellos que lucharon por
ganar
en tan imposible meta,
con las horas apegadas a los
rincones
asegurando un triunfo perdido,
quedaron arrumbados entre restos
de basura
de un pasado,
la mirada triste de un ayer,
la desesperanza de un mañana.
Una memoria surcaba los cielos
en múltiples presentes,
se elevó por el aire de los
instantes
y se posó por las sendas
pisadas,
de la mano como una niña,
y, al ritmo de nuestros pies,
se hizo vieja por el azaroso
destino.
Se van los meses y llegan los
años
cargados de espalda.
Se transforma el germen en
fruto
y del fruto nuevo germen,
siempre la misma esencia
con traje distinto.
Se va la vida y llega la
muerte,
tras ella, otro existir
perpetuo.
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