p e r f i l e s d e c i u d a d

miércoles, 4 de julio de 2018

El largo viaje


No recuerdo qué paisajes vieron mis ojos.
Al salir de la estación, cuando emprendí este viaje,
entre el hollín y el ruido de sus calderas,
llegaban a mí el alboroto de un gentío
y el sinsabor de la despedida
de un lugar que si dejó huellas,
no tuvieron formas en mi mente.
Con el tiempo me acostumbré al traqueteo
que agitaba mi cuerpo en el asiento duro.
En el trayecto recogí la memoria
de las secuencias de imágenes
de aquel territorio de entornos variados,
prados verdes y frondosos
y desiertos áridos y vacíos.
Perdía mi vista de los espacios
que iban quedando atrás
en el largo recorrido
y las serpenteantes vías se desdibujaban
entre la neblina de la distancia,
me hacían dejar entre los recuerdos
lo vivido para poner la mirada
en los brazos de herrumbre
sinuosos y extendidos
hacia el prometedor horizonte.

No pude evitar que la noche echara
su manto oscuro sobre los campos.
A veces, una luna llena
delimitaba sus contornos,
y el alegre día tardaba en llegar.
Comenzó el tren por numerosos túneles,
en su cielo negro no pendía ninguna luz
y, kilómetro tras kilómetro,
la tristeza de aquella nada oscura
inundaba con fuerza mi desánimo.
El alborozo vital de los inicios
se ahogó como el alegre silbido del tren
en aquel gusano hueco y cóncavo.

Aquel alegre guerrero con ardor jovial,
que seguía su ruta con el rítmico paso,
cargado del brío de un espíritu soñador
con el que emprendió su aventura,
cayó víctima de su fervoroso entusiasmo.
Y sus precoces pero concienzudos enemigos,
el polvo del camino,
el óxido que trajeron las lluvias,
la grasa negruzca de un carbón quemado,
fueron conquistando sus piezas,
y la firme coraza de sus límites
sucumbió al cansancio,
perdiendo hasta el sueño en el intento
de un avance incierto y sin retorno.

Torturaba mi cabeza el renquear
de las tuercas de su maquinaria.
Quedaban ya pocas provisiones en su caldera
y contaba con una única solución para resistir
el envite de la contaminadora desesperanza,
un ejército aniquilador
de afanados soldados,
cargados de pertinaz energía,
atrincherados tras una fina película de celulosa,
atacaban con controlado armamento al enemigo
con balas de sucedánea química.
Aunque perdida la batalla,
suponía un descanso en tan feroz ataque.

Estoy en este tren que no parará
hasta que llegue a su destino.
Confié durante un tiempo
en volver a ver la luz al final
de esta larga galería.
Se han cegado mis ojos
ante tanta negrura.
Al principio intenté luchar
contra esa pesadumbre con uñas y dientes,
di patadas a un muro invisible
que nunca derribaba.
Cada vez más fantaseo con la idea
de rendirme e inmolar mi cuerpo
ante la fuerza de su impulso,
que me lleve donde desee.
Soy pasajero con famélica alma
dirigido por el foco de su testero,
avanzo hacia una oscuridad pétrea,
obligado a su impulso,
a seguir siempre hacia adelante.

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