p e r f i l e s d e c i u d a d

domingo, 15 de julio de 2018

La palabra escrita


Estas siluetas vestidas de oscuro,
graciosas formas de curvas sinuosas,
extravagantes y retorcidas líneas,
marcando sobre el papel su paso
continuo y pautado,
dibujando un recorrido recto y
horizontal,
con estudiada precisión,
procuran no perder nunca el equilibrio.
Algunas, caprichosas o nerviosas,
bajan y suben, saliéndose
del camino rectilíneo,
inclinadas a la revolución, contestatarias,
aunque dentro siempre de un orden.
La mano ejerce giros artísticos,
dirigiendo la batuta para crear
en su pentagrama de sonidos
la expresión escrita perfecta.
Una hoja, como sábana limpia,
se deja amar por las palabras
lanzadas a su lecho con movimientos
sensuales, casi eróticos.

En ocasiones, la letra oficial se impone,
el rígido escribiente de formulismo legal
coge escrupuloso entre sus dedos
el bolígrafo que guarda en un cajón
entre papeles con membretes.
Aquellos otros, con costumbres monacales,
de manos lánguidas y blancas,
donde el sol no posó jamás sus caricias,
mantienen un diálogo casto.
Donde unos ejercen un idealismo platónico,
otros buscan el amor carnal.
Manos de profanos apuntando el dedo
sobre inventarios y registros,
analfabetos con torpe ejercicio
dejan en su marcha deformadas redondeces,
grandes, ampulosos cuerpos sin ritmo,
con la peculiar ternura
del dibujo de un infante.
En la rúbrica, la tinta se explaya
con efervescencia creativa.
Lanza llamas fugaces de mago,
un sentir poético que trasciende la materia,
el artista malabarista de los fonemas,
que son juguete entre sus manos,
semilla sobre su tierra,
donde florecen las más bellas palabras,
elevadas a los altares por su pluma,
ligera y simple como la voz del aire,
profunda y verdadera como la esencia del alma.

Ahora, la ortográfica y pulcra escritura
de renglones con trazos que siguen
la raya invisible,
cuadriculado grafema con nombres
extraños y exóticos,
fijos sus espacios, firmes como ejército
de soldados obedientes y costumbres
castrenses.

Quedan marginados la mina de granito,
la tinta líquida fluyendo sobre el papel
desgastada por el uso,
los errores difíciles de ocultar,
dejando su huella igual que la sombra de un pecado.

Se pierden en el olvido, apenas sin percatarnos,
aquellos manuales de caracteres caligráficos.
Vamos enterrando uno a uno aquellos signos
de una época pasada que se perderá en la memoria,
como las tablas en las cabezas de los escolares
sustituidas las cuentas mentales por otros circuitos.
La mecanización avanza en el territorio
del habla y la lengua escrita
trazada con rudimentaria herramienta.
La alta cocina sustituye a la tradicional,
donde los platos se hacían a fuego lento,
saboreando en el humo los sabores
de sus riquísimos ingredientes.
Suplantadas por generaciones disciplinadas,
en programas de mecanografías,
frías, uniformadas, simétricas,
avanzan sobre la marcial línea
de la pantalla fría.

Llegó la deixis del lenguaje
marcando la diferencia,
tal vez creando el templo de una reliquia,
el altar al que se acercarán los creyentes
con la emoción del que toca algo virgen
o sagrado.
Serán aquellas que mostraban
la personalidad de quién las dirigía,
distintiva como el timbre de una voz,
la huella digital de tu identidad,
la marca de tu sello, tu firma, 
adiestrada en el tiempo
adquirida la destreza,
es la expresión humana sublime,
la invención del fuego de la humanidad,
la memoria de su historia y la fuente
que da de beber al olvido.
Han perdido la gracia,
ser tocadas por la mano enamorada,
percibir su desnudez,
palpar sus entrañas con los dedos manchados.

Deseada palabra, fusionada,
cuerpo a cuerpo, sudor y tinta,
alcanzaban el clímax sobre la cama
del cálido pliego.
Vibraban piel con piel
en espasmódicos impulsos,
exhaustas, caían rendidas
en un punto final.



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