Toco el aire de esta nueva
calle
en una ciudad perdida,
saboreo su esencia, mezcla
metálica
con el aroma de ácida sangre
del tamarindo en flor.
Mancha la acera su malva pulpa
pisada por caminantes ajenos
al crimen cometido.
Bebo la brisa vespertina
que anuncia la densa
insolación,
hay sabores de azahar en el
parque
y siembran las risas de niños
sus rincones frondosos.
Calma la sed la venturosa
alegría
que palpita como un corazón
entre las paredes de los
edificios.
Suena un melódico cantar
con el pulso del motor
y del claxon de los vehículos.
Resuenan en mi cabeza
las voces sin palabras,
hechas de vital murmullo
con la mirada añorada de un
recuerdo.
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